"Comprender la realidad de la guerra e ir a visitar Auschwitz y Birkenau para entender cuál es nuestra misión en el mundo" son los primeros pasos del encuentro "A Global Friendship to Live Together in Peace", que ha inaugurado con un saludo la vicepresidenta de Sant’Egidio, Hilde Kieboom, seguido por una introducción del historiador Luca Riccardi.
Los mil Jóvenes por la Paz que se reúnen en Cracovia hasta el domingo han escuchado el testimonio de Lidia Maksymowicz, deportada a Auschwitz Birkenau cuando todavía no tenía tres años. Pasó tres años en el "bloque de niños" y fue objeto de varios experimentos médicos, como la inoculación de virus y de soluciones salinas por parte del doctor Mengele, de quien recuerda las botas perfectamente lustradas y la mirada poseída.
De la reclusión recuerda el hambre, los piojos, el terror de los niños cuando llegaban los médicos y el recuento, durante el que cada uno era llamado por el número que llevaba tatuado en el brazo. Los números que faltaban –adultos o niños a los que nunca se llamaba por su nombre– eran sustituidos con los últimos que llegaban, que compartían con los demás presos el destino de afrontar el frío polaco en las barracas y la crueldad de las SS.
Cuando el Ejército Rojo liberó el campo fue acogida por una familia polaca de Oświęcim, a pocos metros de Auschwitz. Por primera vez los habitantes de la ciudad ven los rostros de los presos de aquel campo del que salía el terrible olor de aquel humo que se difundía a decenas de kilómetros a la redonda; y por primera vez Lidia, aún niña, ve una casa, con una cama, sábanas y una cocina.
Lidia decidió explicar su historia a muchos jóvenes, aunque recordar Auschwitz la hace sufrir porque reabre heridas dolorosas en su interior. "Al inicio explicar era difícil, ahora me ayuda y espero que os ayude a entender mejor lo que veréis mañana visitando el campo".