En todas las grandes ciudades hay mucha gente que por varios motivos se ve obligada a vivir en la calle. Es una vida dura, marcada no solo por la pobreza, sino también por el aislamiento, la invisibilidad, e incluso el desprecio.
Pararse, hablar, establecer una relación personal de apoyo y de amistad y ayudar en las necesidades concretas son los gestos simples del Buen Samaritano que colman el abismo de indiferencia que envuelve la vida y a veces la muerte de quien vive en la calle.
A finales de los años setenta, cuando el número de pobres que había en las calles de Roma aumentaba rápidamente, Sant’Egidio empezó a acercarse a las personas sin hogar. Algunos episodios de intolerancia y de violencia suscitaron un movimiento de reflexión y de iniciativas para contrarrestar la situación de abandono y de peligro para la vida de aquellos pobres. Una historia en particular tuvo un fuerte impacto en la vida de la Comunidad: la historia de Modesta Valenti, una anciana sin casa, a la que conocimos en la Estación Termini de Roma, y que murió porque iba sucia y la ambulancia no quiso atenderla.
Su recuerdo se ha convertido con el paso de los años en un momento de oración por quien vive en la calle y ha creado un amplio movimiento de solidaridad. Conocer este mundo de pobres, primero en Roma y luego en todos los lugares del mundo donde está Sant’Egidio, ha suscitado y ha dado forma con el paso de los años a una red de amistad y de ayuda, y ha dado lugar a proyectos estables de solidaridad.
Así, han surgido comedores, centros de ayuda, casas y lugares de acogida nocturna. En casi todos los lugares donde hay una Comunidad de Sant’Egidio, por la noche se reparten comida y mantas por la calle como primer gesto de proximidad. Así empieza la amistad con las personas que encontramos. Conocer directamente las historias personales de muchos sintecho borra los prejuicios que muchas veces condicionan la manera de ver este aspecto particular de la pobreza urbana. El primero de todos, pensar que el mundo de los pobres es un mundo distinto. La realidad es más bien al revés: quien vive en la calle suele ser una persona como todos, que se encuentra con problemas que son comunes a mucha gente (desempleo, pérdida de la vivienda, separación conyugal) y que por desgracia no sabe hacerles frente porque no tiene una red de apoyo. Además, no es cierto que quien vive en la calle no quiera recibir ayuda para salir de su situación. El aislamiento, la falta de lazos y un pasado a veces duro hace que para estas personas sea difícil incluso imaginar un futuro distinto. Si están solas, eso es imposible, pero es más fácil si tienen la compañía y el apoyo de alguien con quien imaginar dicho futuro y por quien hacerlo. La compañía fiel y amiga con quien vive en la calle es una oportunidad preciosa de rescate, y cuando existe esa posibilidad, se pueden encontrar con imaginación y creatividad soluciones para construir juntos una vida más humana para todos.