Se suele decir que la infancia es para todos un periodo de felicidad, casi «el periodo más hermoso de la vida». Pero para muchos niños esta idea no se corresponde con la realidad.
En los países industrializados, que gozan de un alto desarrollo tecnológico y donde la natalidad es baja, muchos menores, que suelen tener familias monoparentales, con padres que trabajan y pueden atenderles poco, terminan pasando mucho tiempo delante del televisor y, más adelante, delante del ordenador, absorbidos por los videojuegos. En algunos casos sufren porque no reciben el cuidado que necesitan, porque son agredidos psicológica o físicamente, porque son víctimas de abusos o porque son abandonados. Las tensiones conyugales y la inestabilidad de los lazos afectivos dejan marcas profundas en la vida de los más pequeños.
En los países más pobres es sabido que la pobreza material, la malnutrición, las enfermedades y la guerra dificultan la vida de muchos niños y jóvenes. En estos países cada día mueren millones de niños por enfermedades, por falta de atención sanitaria y por desnutrición. El 40% viven por debajo del umbral de la pobreza y el 42% no tienen acceso al agua potable. 130 millones de niños no pueden ir a la escuela, mientras que más de 250 millones se ven obligados a trabajar. Desde sus inicios en 1968, la Comunidad siempre se ha preocupado por los niños necesitados, pobres entre los más indefensos.
Los niños han acompañado a la Comunidad desde que nació. Su vida débil, que necesita protección y ayuda, siempre nos ha mostrado con claridad el sufrimiento que pueden provocar la indiferencia y la soledad. Las palabras de Jesús «El que acoja a este niño en mi nombre, a mí me acoge» (Lc 9,48) han sido siempre como un llamamiento al servicio y al amor hacia los niños y los jóvenes, especialmente los más pobres.