CÁRCEL

La cárcel, mundo cerrado por antonomasia, se ha convertido con el paso del tiempo en un lugar familiar y de encuentro, visitado con regularidad por los miembros y voluntarios de la Comunidad de Sant’Egidio.
Todo esto tiene una base evangélica. Jesús mismo se reconoce en el encarcelado: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí” (Mt 25,35-36).

Además, los que terminan en la cárcel son sobre todo los pobres. Muchos presos son personas necesitadas; son extranjeros, toxicodependientes, hombres y mujeres que deben soportar ciertos problemas; han pasado por los comedores, los centros de acogida y las calles donde Sant’Egidio lleva a cabo su actividad.
La visita a la cárcel es, entonces, la continuación de una cercanía, de un servicio. También para quien ha cometido errores, incluso graves. Porque, como decía el padre Lorenzo Milani, “quien no sabe amar al pobre en sus errores, no lo ama”. La visita a la cárcel significa rechazar el aislamiento, la marginación y la periferización.

Para los detenidos, los voluntarios de la Comunidad son el mundo exterior que cruza las puertas de un centro que deja filtrar muy poco de lo que hay detrás de los barrotes. Sus visitas crean un lazo precioso, un puente insustituible.
Las actividades de Sant’Egidio en la cárcel se caracterizan por una actitud de escucha, por la voluntad de construir una amistad con los presos, por la decisión de mantener una fiel continuidad con el paso del tiempo.

Estar cerca de alguien que ha recibido una condena significa acompañar a alguien que pasa por un periodo dramático de su vida. La ausencia de escucha y de respuestas puede llevar a gestos extremos. Para quien ha sido condenado, y por tanto, separado de la sociedad, hablar con alguien que no sea un pariente, abogado o magistrado significa ser reconocido como persona, recuperar la dignidad, revivir el respeto por él mismo y por los demás: empezar un camino de “reintegración”. Y las visitas asumen una importancia fundamental sobre todo para aquellos que no tienen a nadie que vaya a verles. En cualquier caso la presencia de personas ajenas a la institución penitenciaria condiciona positivamente el ambiente del recluso, hace que circule un aire menos viciado, más sereno.

A veces la visita no es personal, sino epistolar. En los últimos años varios miembros de la Comunidad han establecido una relación epistolar con detenidos de todo el mundo. La correspondencia es un aspecto importante de la vida de alguien que está encarcelado. Siempre ha representado una forma de libertad del pensamiento y de la expresión de los afectos, ayuda a seguir siendo humano.

Además de la visita y la correspondencia, Sant’Egidio se ocupa también de repartir alimentos y ropa, colchones y otro material para mejorar las condiciones higiénicas, especialmente en el sur del mundo. Y también proporciona ayuda humana y psicológica, información sobre derechos, orientación sobre normativas, mediación cultural para extranjeros, distribución de libros y diccionarios, y organiza momentos de fiesta y de socialización. También organiza itinerarios religiosos y de catequesis para quien lo desee.