DISCAPACITADOS

La amistad de la Comunidad de Sant'Egidio con las personas con discapacidad nace a principios de los años 70. Entre los niños que iban a las Escuelas de la Paz de la periferia de Roma, había algunos que terminaban por dejar la escuela a causa de los problemas que tenían.  En el barrio de Trastévere de Roma, en las calles que rodean el monasterio de Sant’Egidio, vivían en aquellos mismos años muchas personas con discapacidad. Eran adultos que muchas veces vivían solos, sin amistades ni relaciones, que pasaban sus días en casa o deambulando por las calles sin ir a ninguna parte.

Cuando Sant’Egidio se pobló de jóvenes estudiantes, la iglesia y el monasterio, sin buscarlo, se convirtieron en punto de referencia también para ellos. Eran un lugar donde podían buscar, y finalmente encontrar, amistad y alguien que les escuchara. Desde entonces la amistad con quien tiene problemas a causa de una discapacidad es una constante de todas las Comunidades de Sant’Egidio en el mundo.

A lo largo de la historia de amistad con las personas con discapacidad nos hemos encontrado con la fe profunda de muchos de ellos. Algunos ya habían recibido una formación religiosa; para otros, conocer la Comunidad ha representado poder conocer el Evangelio. La «comprensión» del mensaje evangélico no se hace solo con facultades racionales, sino que se extiende a la vida, al corazón, a la afectividad. Así lo experimenta en su camino de fe quien tiene una discapacidad. Y de algún modo lo «enseña» también a quien tiene menos dificultades.

Las personas con discapacidad no son solo miembros de pleno derecho de la comunidad cristiana, destinatarios privilegiados de la comunicación del Evangelio y de la vida sacramental, sino también «expertos» en amistad.

Demuestran que puedes ser feliz en cualquier circunstancia de la vida si estás rodeado de amistad, en un clima de confianza y abierto a los demás. Son ellos mismos un recordatorio de los valores de la gratuidad y de la solidaridad, de la amistad y de la acogida sin los cuales es imposible vivir plenamente.

Normalmente la persona que tiene una discapacidad es infeliz si está excluida y aislada, si es rechazada por la sociedad. La experiencia de Sant’Egidio, por el contrario, demuestra que vivir junto a las personas con una discapacidad enriquece en humanidad y puede ayudar a comprender la vida mejor y más profundamente.

De hecho, quien tiene una discapacidad tiene claro lo que es fundamental en la vida. Esta «sabiduría» no siempre tiene canales directos para expresarse, y puede encontrar en la relación con los demás una manera de manifestarse. Por eso la persona con discapacidad puede hacer una valiosa aportación a nuestra sociedad y puede ser artífice de un cambio de mentalidad y de cultura muy importantes.