Tapachula es una ciudad mexicana de Chiapas, en el extremo sur del Estado, cerca de la frontera con Guatemala y en el Océano Pacífico. Está a los pies de un volcán conocido como El Tacaná y tiene una población de unos 300.000 habitantes.
El nombre de la ciudad deriva de Tapacholatl, que en lengua nahuatl significa "tierra sumergida". La economía de la ciudad es básicamente agrícola. Hay especialmente plantaciones de café, de bananos y de mangos.
Allí, desde finales de 2018 llegan caravanas con miles de migrantes centroamericanos provenientes de Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua que esperan que vuelvan a abrir las vías de paso hacia el norte.
Junto a los latinoamericanos del pasado septiembre llegan también miles de haitianos y africanos, provenientes de Angola, Mali, República Centroafricana y Congo que utilizan esta nueva ruta. También ellos esperan que se reabra el espacio para pasar hacia los EEUU. Se quedan en Tapachula porque hace más calor, el clima es más suave y se sienten en un ambiente parecido al de sus países de origen, pero las condiciones de vida a menudo son insoportables.
Muchos migrantes viven en la calle, algunos son encerrados en centros de detención durante semanas o meses esperando que las autoridades mexicanas les den los documentos de residencia o de tránsito.
Tapachula recibe el sobrenombre de la "Tijuana del sur", comparándola con Tijuana, la ciudad mexicana en la frontera con los EEUU, mayor punto de llegada de las rutas migratorias.
La Comunidad de Sant’Egidio, frente a la situación difícil de los migrantes ha organizado una misión de acompañamiento y ayuda a las franjas más vulnerables, y en particular a los niños, muchos de los cuales no están acompañados.
Más de 80 jóvenes de las Comunidades de Sant'Egidio de América Central provenientes de El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, desde el 12 de febrero animan un centro de día para menores donde llevan a cabo actividades educativas, de juego y ayuda escolar, de ayuda psicológica y socialización. Se les da dos comidas al día y se les ayuda con la higiene. El Centro quiere ser sobre todo un lugar de serenidad, abierto también a las familias para estrechar la amistad, para ayudarlas en su difícil viaje y para seguir en contacto si deciden volver a sus países de origen. La presencia entre los voluntarios de jóvenes educadores salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, además de mexicanos, es un valor añadido muy importante: ayudan a los niños y a las familias a entender mejor los riesgos del terrible viaje, se erigen en puntos de referencia también para comunicarse con los familiares de los migrantes en sus países de origen, intentan construir redes de ayuda para evitar que muchos niños vivan una terrible tragedia humana.