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Aline, la escuela de la paz en el infierno del Congo: "Lo que me impulsó fueron las lágrimas y la oración"

En un artículo de "Avvenire" Aline habla de la escuela que lleva el nombre de Floribert Bwana Chui

Gedeón tenía 10 años cuando llegó. Lloró, se acurrucó en un rincón y no habló con nadie. Aline no entendía por qué, luego poco a poco se fue ganando su confianza, le hacía compañía durante el recreo, hacían los deberes juntos. Creó una relación. Día tras día, Gedeon se abrió a Aline. Y ella finalmente entendió. El pequeño no podía expresar su dolor de vivir porque en casa, en el campo de refugiados de guerra donde vivía, nadie se preocupaba por él: su madre, analfabeta, estaba demasiado ocupada sobreviviendo y ayudando a la familia a sobrevivir, su padre ni siquiera sabía quién era. "Ahora Gideon es otro niño: juega, sonríe, ya no llora".

Aline Minani Furaha, de 35 años, es la directora de la Escuela por la Paz Floribert Bwana Chui, dirigida por la Comunidad de Sant'Egidio en las afueras de la ciudad de Goma, en la República Democrática del Congo. Se podría decir que es el corazón del infierno: los rebeldes del movimiento M3, de etnia tutsi, con el apoyo de la cercana Ruanda, a principios del año empezaron un nuevo avance en el este del país con la intención de ocupar Goma, ciudad clave de la región del norte de Kivu. Los milicianos están echando a los civiles, masacrándolos para posteriormente explotar el subsuelo y abrir vías directas de paso con Ruanda. Aline empezó en la Comunidad de Sant’Egidio como voluntaria hace 14 años, en la Escuela de la Paz, y allí se quedó. Hoy tiene 35 años, es graduada en Estudios Sociales, tiene el pelo trenzado y una amplia sonrisa, velada de melancolía.

Aline, ¿por qué decidió estar con los niños refugiados y las víctimas de las guerras? “Lo que me motivó fueron las lágrimas y la oración”, responde a Avvenire durante una videollamada por WhatsApp. “Me sentí responsable de la situación de mi país y vi el deber de hacer algo. Si me hubiera quedado sin hacer nada me habría sentido de algún modo cómplice del mal. Así es como se salvan vidas, me dijo una vez el cardenal Matteo Zuppi. Y cuando salvas una vida, salvas un mundo”. La escuela Floribert Bwana Chui lleva el nombre de un joven agente de aduanas de Goma, que pertenecía a la Comunidad de Sant’Egidio y que fue torturado y asesinado en 2007 porque no cedió a la corrupción y prohibió que pasara un cargamento de arroz en mal estado destinado a la población. Hoy aquel centro acoge a 1200 niños de 6 a 15 años. “Casi todos vienen de Mugunga”, dice Aline, uno de los campos de refugiados que han surgido en los alrededores de Goma como consecuencia de las incursiones de los guerrilleros que arrasan  los pueblos para saquear el valioso coltán de las tierras congoleñas.

La situación es peligrosa para Aline y para su personal. Las escuelas de la zona de frontera entre el Congo y Ruanda se han convertido en un trágico objetivo estratégico: las milicias las destruyen sistemáticamente, para poder reclutar a los niños para la guerra y para el trabajo clandestino en las minas. En estos meses más de 150 centros escolares han sido destruidos y ocupados. ¿No tiene miedo, la joven directora de ojos grandes? “En los alrededores de Mugunga hoy han explotado 35 bombas”, contesta Aline, “pero no me puedo permitir tener miedo. Los niños que van a la Floribert Bwana Chui vienen de la guerra y de la violencia, están traumatizados. Mi tarea no es impartir una educación formal, sino enseñarles a estar juntos, a saborear por primera vez un espíritu de comunidad. Cuando llegan aquí están tan tristes que ni siquiera pueden jugar. Por eso nosotros intentamos devolverles la infancia, con mucha paciencia”.

Eso mismo es lo que le explicó al Papa cuando le llevó como regalo a Kinshasa, en ocasión de la visita a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur a principios de febrero de 2023, los dibujos de sus alumnos de la Escuela de Sant’Egidio. “Son niños que desean la paz”, le dijo entonces al Papa. No es fácil mantenerse firme en medio de tanto sufrimiento. Aline vive con su gran familia: sus padres y 7 hermanos y hermanas. Eso le da fuerza, pero sobre todo “lo que me anima cada día a seguir adelante son el amor y el sueño de la paz y de la convivencia. Sé que ese es el único camino para construir la paz: empezar por los niños”. 

Artículo de Antonella Mariani en Avvenire del 23 de mayo de 2024

[Traducción de la redacción]