Mateo 11,25-26
Por aquel entonces, tomó Jesús la palabra y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
Con gran alegría anuncio que hoy el papa Francisco ha reconocido el martirio de Floribert Bwana Chui, que nació en 1981 y fue asesinado el 8 de julio de 2007 en Goma (Congo), por odio a la fe, como reza el decreto. Por odio a la fe. Cuando tenía 26 años, las manos mafiosas que habían intentado corromperle, lo castigaron con la muerte por su resistencia. Una resistencia que no comprendían.
En una región belicosa, con muchos movimientos étnico-políticos enfrentados y con fuertes intereses económicos que lindan y se mezclan con la criminalidad, Floribert vivió desde joven una enorme voluntad de vivir y también de hacer el bien a los demás. El encuentro con Sant’Egidio lo llevó a los pobres, a los niños de la calle, a los que la gente veía como bandas marginales, criminales y violentas que roban y que atemorizan. Lo llevó a la Escuela de la Paz, que para él era el laboratorio de los nuevos congoleños.
Comprendió que los pobres no son otra raza, perdida para siempre. Una amiga suya explica: “Muchas veces hablaba de los niños de la calle; decía que no somos diferentes de ellos, que nosotros y ellos somos los mismos. Y además, no habían sido ellos, los que habían elegido aquella vida que se veían obligados a llevar por determinadas circunstancias”.
Yo diría que el amor por los niños es uno de los motivos de su martirio. Empezó a considerarlos como su familia, y se interesaba cada vez más por todas las dimensiones de la Comunidad. Le gustaba la paz y que le explicaran la historia de la paz en Mozambique, y soñaba la paz para Kivu.
Floribert, que era religioso ya desde joven, vivió la conversión cuando conoció la Comunidad, los pobres y la Palabra de Dios. Su Biblia, que se conserva en San Bartolomé, ahora es para nosotros una reliquia preciosa. Amaba la Biblia y, con su simplicidad habitual, decía a sus amigos: “Si tienes algún problema, sea cual sea, no te preocupes; coge el Evangelio y léelo. Te consolará, te dará alegría”. Y es que sabía partir así la Palabra de Dios.
Era un joven, un hombre feliz, y también fuerte. Irradiaba simpatía a su alrededor, y muchas veces era un líder para los jóvenes. De Goma lo enviaron a Kinshasa para seguir sus estudios. En aquel momento todos le aconsejaron que se quedara en Kinshasa, porque la capital ofrecía más oportunidades y también para evitar el clima de violencia y de arbitrariedad de Goma. Además, había una leyenda negra en su familia. Su abuelo había sido asesinado por motivos políticos y su padre le aconsejaba con insistencia que no volviera a Goma. Pero al terminar el curso volvió y se negó a irse.
¿Qué soñaba? Soñaba cambiar a partir de los niños de la calle.
Por eso volvió a la vida de siempre y empezó a trabajar como controlador para detectar productos en mal estado provenientes de Ruanda. Seguía haciendo su servicio con entusiasmo y creatividad. Un caso precioso es el de Jonathan, un niño de la calle que había llegado a Goma desde la otra orilla del lago, porque había subido en un barco, no había podido bajar y se había quedado en Goma, por la calle. Cuando volvía de Kinshasa, Floribert lo devolvió a su casa.
Jonathan recuerda: “Lo que más me gustaba de Floribert era que hablar con él me hacía sentir mejor. Me pagó la escuela, sí, y yo estaba contento por eso. Pero no era esa la cuestión. El dinero no era lo más importante. De hecho, cuando venía por aquí, ninguno de los niños de la calle debía pedirle dinero. Lo habíamos decidido todos juntos, porque uno no pide dinero a sus amigos. Lo más importante –prosigue Jonathan– era que se ocupaba de mí, me daba su cariño, me aconsejaba, se interesaba por esto, por lo otro, por mí, en general”. De hecho, Floribert fue un hombre que tenía palabras amigas con todos. Aquella palabra era su arma.
Se atrevió a resistirse a la dictadura del materialismo y de la corrupción, que empapa Goma en todas sus fibras y todas las instituciones y se ha convertido en una costumbre. Era un pequeño hombre (en las fotos se le ve con un cierto aire de intelectual o de funcionario) que se medía con los señores del dinero, que movían hombres, armas y millones de dólares, y que tenían vínculos con la política y el ejército.
Querían que dejara pasar cargamentos de productos en mal estado: un día era arroz en mal estado, otro día azúcar, al día siguiente volvía a ser arroz... .El director de control de productos en mal estado recibe presiones: “¿Con 1000 dólares tienes suficiente?”. Él dice que no, pero no le entienden, y le ofrecen 2000. Él vuelve a decir que no, y le ofrecen 3000. Sigue diciendo que no. No es el no de una negociación; es un no distinto.
En Kivu, y en otros lugares del mundo, para justificar la corrupción se suele decir: “Si no lo hago yo, lo hará otro en mi lugar”. Por otra parte, algún amigo suyo le decía: “¿Crees que puedes cambiar el mundo?”. Quienes iban con él veían que recibía duras amenazas en el móvil, y muchas veces lo apagaba enojado. Un amigo oyó que contestaba enfurecido como no lo había visto nunca: “Nyiye amuta nikaza!”, que en suajili significa: “¡No me podéis obligar a eso!”.
Pero, ¿quién no se ve obligado por los poderes criminales? ¿Quién puede resistirse? ¿Cómo iba a hacerlo un joven de veintisiete años, que a ojos de los señores del dinero no era más que un imbécil testarudo? Pero Floribert ―sufriendo, con miedo, porque era su semana de agonía― decía: “¿Cómo puedo permitir que las mercancías en mal estado envenenen a la gente? ¿Cómo puedo permitir que las mercancías en mal estado envenenen a mis niños, a los niños de la escuela, a los niños de la calle?”. Y entonces, en confianza, dice: “Es mejor morir que aceptar ese dinero”.
Y entonces, al salir de una tienda donde había comprado una corbata, en medio de unos días frenéticos, lo secuestran y se lo llevan. El asunto es serio, porque uno que ve cómo lo secuestran y lo reconoce es eliminado días más tarde.
¡Pobre Floribert! Su muerte va acompañada de tortura, de golpes con una plancha por todo el cuerpo, sobre todo en los genitales, en señal de desprecio. Lo torturan arrancándole los dientes y al final lo estrangulan. Había que aterrorizar; debía servir de ejemplo. Después de aquello, nadie podrá tener la valentía de decir a los señores del dinero: “Nyiye amuta nikaza! ¡No me podéis obligar!”.
El Papa ha reconocido el martirio, y Floribert Bwana Chui es beato. “Beatos, bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. El débil joven de veintiséis años venció el poder extraordinario de los señores de la muerte. “Beatos, bienaventurados los humildes, porque heredarán la tierra. “Beatos, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados.” Hoy sentimos que en Floribert se cumplen estas palabras: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños».
Queridos amigos,
todos los que estamos aquí reunidos, más adultos que él, con historias quizás más complicadas, que hemos vivido siempre en países seguros, hoy debemos dirigir nuestra mirada al corazón de África, a Goma, a este pequeño. Mártir y beato, que significa grande en el reino de los cielos. Él, que era joven y nunca había salido de su país, va delante de nosotros en el reino y es maestro de todos nosotros. Sobre todo, en este mundo de poderes ocultos, corruptos, en este mundo dominado por guerras incomprensibles, Floribert indica un camino de cambio, el camino que nadie puede impedirme: empezar por mí mismo.
Amigos,
no todo es imposible, no todo está perdido, hay espeanza. Floribert poseerá su tierra, los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados. En este tiempo, con poca esperanza de paz y de liberación del mal y de sus muchos agentes, nuestro Floribert es una lámpara que brilla en un lugar oscuro. Nos da esperanza de que despunte el día, de que la estrella de la mañana se alce en nuestro corazón.
Por eso en la oración de esta tarde damos las gracias al Señor por este don a la Comunidad, a la Iglesia, al Congo y al mundo entero. Demos las gracias al Señor por este don inmerecido de un hermano tan joven y pequeño que se ha convertido en nuestro maestro.