En el centro de Goma, en medio de casas provisionales de refugiados y el ruido lejano del conflicto que hace meses que envuelve la vida de cada día de la población, hay una escuela que sigue funcionando. Es la escuela dedicada a Floribert Bwana Chui, joven mártir de la legalidad y de la justicia, asesinado por resistirse a la corrupción en la República Democrática del Congo. Hoy es una escuela que acoge, educa y sostiene, un punto firme para muchas familias que encuentran en ella mucho más que una aula.
En una región fuertemente marcada por la guerra, donde más de 370.000 niños corren el peligro de ser enrolados por grupos armados, esta escuela es una de las pocas que sigue abierta. Las cifras hablan de una realidad alarmante: más de 2.500 escuelas cerradas entre el norte y el sur de Kivu, 1,4 millones de alumnos expulsados del sistema educativo y centros escolares enteros convertidos en refugios para desplazados u ocupados por las milicias. En este contexto, mantener una escuela activa para unos 1000 niños es una responsabilidad y también un signo de esperanza en el futuro y en la paz.
“La solidaridad es nuestra respuesta a la guerra”, dicen con determinación los responsables de la Comunidad de Sant’Egidio, que recuerdan lo que, en condiciones distintas pero igualmente dramáticas, han decidido hacer las Comunidades de Ucrania.
La escuela de Floribert no es solo un lugar donde se aprende. También es un espacio de cohesión social, un punto de referencia para el barrio, sobre todo para quienes viven en situaciones de gran precariedad. El pozo de agua potable, que funciona con normalidad, abastece cada día a muchas familias. Y los días de reparto de alimentos, la escuela se transforma en un centro de ayuda para los ancianos, que en la actual situación de precariedad y de peligro se quedan sin recursos y corren el peligro de ser olvidados.
Mientras el conflicto sigue amenazando el presente y el futuro de millones de personas, esta escuela demuestra qué significa estar junto a la población civil. En un tiempo en el que la educación suele ser la primera víctima de la guerra, aquí se sigue construyendo, día a día, una alternativa. Así lo explican los 74 estudiantes que están preparando los exámenes estatales, un hito que representa un signo de esperanza en un futuro de paz para el país.
El Ministerio de Educación congoleño ha denunciado públicamente la destrucción del sistema escolar en las provincias orientales, con escuelas arrasadas, ocupadas y profanadas. El precio más alto lo pagan los niños, privados de su derecho a estudiar y de tener una vida normal. En este panorama la escuela dedicada a Floribert, con sus puertas abiertas y su trabajo diario demuestra que es posible estar al lado de la gente de otra manera. Y que vale la pena continuar.