Hace 7 meses que empezó la guerra en Ucrania. Y estos días una delegación de Sant'Egidio ha viajado a Ucrania desde Italia para ayudar en la intensa acción humanitaria que las comunidades ucranianas están llevando a cabo desde el comienzo de la guerra. En las palabras e imágenes que nos llegan desde aquellos lugares, leemos historias de dolor, pero también vemos los signos de esperanza que las comunidades de Sant'Egidio tratan de transmitir con tenacidad.
«Sentimos una gran emoción al volver a Kiev tras siete meses de guerra. La ciudad ha reanudado una vida que, en muchos aspectos, es normal: tráfico, gente por la calle, el metro que recupera su ritmo habitual, escuelas abiertas. Evidentemente, hay menos gente y menos tráfico de lo habitual: todavía hay muchos kievitas refugiados en el extranjero o en otras regiones de Ucrania.
Pero la guerra sigue estando presente en el día a día. Las alarmas antiaéreas nos recuerdan los posibles peligros, hacen que el transporte público se detenga, que cierren las tiendas y que los estudiantes de las escuelas bajen a los refugios. En diferentes lugares se pueden ver sacos de arena acumulados para proteger los edificios o caballos de Frisia colocados a los lados de las calles.
En las vías de entrada a la ciudad hay puntos de control fortificados. Pero, sobre todo, las semanas del asedio que sufrió la ciudad al inicio de la guerra han dejado un recuerdo vivo en las personas que no dejan de contar lo que vivieron. Es un recuerdo que tienen todos y del que parece que todo el mundo necesita hablar: desde los ancianos que encuentras en la calle hasta los jóvenes, desde el taxista hasta los que tienen la responsabilidad pública.
En Kiev la Comunidad ha tenido que hacer frente a las necesidades de la ciudad durante la guerra. Nunca ha dejado de estar al lado de sus amigos pobres, ni siquiera en las semanas más difíciles: la distribución de comida por la calle a personas sin hogar y ancianos pobres continúa en tres barrios de la ciudad, Troeshina, Darnitsa, Goloseevo, así como en el centro, en Maidán y la estación;
Los dos apartamentos que albergan a personas sin hogar han seguido siendo «hogares cálidos» de acogida; la sede de los Jóvenes por la Paz, antes de ser alcanzada por un misil, albergaba a unas veinte personas y hoy, ya reparada casi por completo, está a punto de reanudar su vida; han llegado la ayuda alimentaria y los medicamentos regularmente a dos grandes residencias para la tercera edad; algunos ancianos y discapacitados que fueron evacuadas en marzo han sido acogidos por la Comunidad en convivencias familiares en Leópolis y en Ivano-Frankivsk: en tiempos de guerra, paradójicamente, se ha hecho realidad un sueño, que quiere ser un modelo de nuevo futuro, incluso en Kiev, adonde se mudarán las convivencias, cuando sea posible.
Jóvenes y adultos de la Comunidad hacen frente a nuevas situaciones. Han abierto nuevas sedes y se han creado nuevos servicios.
En Troeshina, un gran barrio periférico de 300.000 habitantes, donde la Comunidad dio sus primeros pasos a principios de la década de los noventa, ha abierto una nueva sede.
Se encuentra en el centro del barrio, en un edificio originalmente destinado a servicios técnicos. Restaurado por personas de la Comunidad, dos veces por semana recibe a refugiados de zonas de guerra: es un centro de distribución de paquetes de alimentos y ropa. En menos de un mes, ya se han distribuido 600 paquetes. Hay muchas madres con hijos. Acoger a las personas con una sonrisa y escucharlas abren un espacio de confianza que necesitan enormemente: las historias del sufrimiento de la guerra, las lágrimas, los gestos de cercanía y consuelo establecen una nueva relación de confianza. Algunas mujeres refugiadas se han unido al trabajo de solidaridad y han empezado a venir al centro para ayudar a acoger a la gente, a preparar paquetes y a consolar.
En los últimos meses, han llegado a Kiev muchos refugiados de las regiones del este y del sur del país, donde hay combates. 120.000 personas están registradas oficialmente como refugiadas, pero su número probablemente ronde las 300.000 personas. Viven en la ciudad y en los suburbios, con familiares o conocidos, o se alojan en apartamentos que los kievitas que abandonaron la ciudad dejaron vacíos; otros alquilan casas. La mayoría se ha quedado sin ingresos, tiene dificultades para encontrar un nuevo trabajo y ve cómo disminuyen sus ahorros.
Encontrar formas de estar a su lado y de responder a sus necesidades es una prioridad para la Comunidad de Kiev. Por eso decidió abrir otra sede en el barrio de Darnitsa y convertirla en otro espacio donde acoger a los refugiados. Los locales, hermosos, luminosos, con paredes coloridas, que solían albergar un centro infantil, están cerca de la estación de metro. Desde mediados de agosto, la nueva sede recibe a los refugiados dos veces por semana, y en breve abrirá otro día más a la semana. Jóvenes de Kiev y mujeres refugiadas comparten un clima alegre y activo. En un mes, han entregado 1200 paquetes de alimentos. Un ambiente de serenidad acoge a las personas. Vienen de Járkov, Lisichansk, Mariúpol, Jersón, Donetsk, Mikolayev, ciudades cuyos nombres hemos aprendido a conocer en estos meses de guerra. Al final del día, la oración reúne a muchos, que comparten la necesidad de recibir una orientación.
Irpín es un centro residencial de 60.000 habitantes, un suburbio de Kiev. Es una hermosa ciudad rodeada por un bosque de pinos y robles, con parques bien cuidados, lugares de cultura y esculturas en las calles. El aspecto amable del lugar se ha visto desfigurado por la gran destrucción causada por los bombardeos y los combates durante el avance del ejército ruso hacia Kiev. La visita de Irpín sorprende: el poder destructivo de la guerra, su insensatez, son impresionantes. Aquí murieron unas 400 personas.
Algunas personas de la Comunidad que residen en Irpín vivieron el sufrimiento de aquellos días: el tiempo que pasaron en los sótanos o en los refugios mientras había combates, la arriesgada huida a Kiev, el apartamento de una de ellas destruido por cohetes. Fue precisamente en Irpin' donde Sant'Egidio quiso dar una señal de esperanza. Empezando por los niños, que sufrieron especialmente las consecuencias de la guerra. Estaban tristes y asustados. En junio los Jóvenes por la Paz empezaron con una gran fiesta para niños y familias en uno de los muchos parques de la ciudad, la Escuela de la Paz de Irpín: un lugar de serenidad y paz, en medio de tanto dolor, una visión de un nuevo futuro.
La Comunidad de Kiev resiste la guerra, imagina y comienza a construir un nuevo futuro, sienta las bases del edificio de la paz, cuya urgencia y expectativa son cada vez más imperiosas.
La emoción que sentimos al llegar se ha convertido en la esperanza y la confianza con las que nos vamos de Kiev».