Continúa la misión de Sant’Egidio en Tapachula (México) con los migrantes. La mayoría llegan de Honduras y El Salvador, países donde las maras (bandas juveniles centroamericanas) asesinan a adolescentes y adultos que no aceptan las reglas criminales. Se trata de una emergencia humanitaria ignorada desde hace años. También hay mucho otros de todo el mundo. A veces tras años de viaje, como hemos oído por boca de algunos que vienen de África. Y por otra parte, los haitianos, a miles. Para algunos México es tierra de paso, pero muchos se quedan porque la economía está creciendo, hasta el punto de que más que de "sueño americano" se empieza a hablar de "sueño mexicano".
Las últimas semanas hemos conocido a cientos de niños, que a través de las Escuelas de la Paz de los dos centros de acogida (Albergue Belén y Albergue Buen Pastor) han llenado literalmente de alegría aquellos lugares, donde los refugiados pasan gran parte del día. Detrás de cada uno de ellos hay una historia diferente, una historia de migración que sigue caminos que han pisado en las últimas décadas cientos de miles de migrantes.
Algunos de los niños han vivido la violencia de los enfrentamientos entre la caravana de migrantes y las autoridades mexicanas. Han explicado el caos que han visto: las armas, los gases lacrimógenos, las piedras y los golpes mientras cruzaban el río en la frontera. Hablan de ello como de algo cotidiano, sin ninguna emoción. Recuerdan desesperación, personas pisoteadas, agentes armados y mucho dolor. Son menores que tienen sueños diferentes de los otros niños. Jugando con ellos, para conocerles mejor, preguntamos: "¿Cuál es tu país preferido?". La respuesta siempre es la misma, la que han oído durante toda su infancia: Estados Unidos. Y su "sueño americano": un país que puede cambiar su calidad de vida, darles más seguridad económica y sobre todo reunirse con su familia.
Es el sueño de Kimberly (nombre falso), una niña de Honduras de 9 años que ha viajado con su abuelo y con su tía, para reunirse con su madre y poder finalmente conocer a sus dos hermanos menores a los que solo ha visto por videochat.
Pero hemos visto también el drama de los adultos. Con ellos hemos seguido estudiando inglés y hablando largo y tendido para que cada uno se sienta no solo víctima de una tragedia atroz sino también una persona capaz de vivir momentos de amistad sincera y de solidaridad. Hemos escuchado historias de traumas, de separaciones, no solo en el país de partida, sino también durante el largo viaje.
Alfredo tenía una pequeña tipografía que había heredado de su padre en Sopayango, en la periferia de San Salvador. Es un barrio que está bajo control de las maras desde hace años. Alfredo ya no podía pagar la mordida que le imponían. Tras haber sufrido dos incendios en la tipografía y amenazas cada vez más duras, lo dejó todo y se unió a una de las caravanas que salían de San Salvador.
Carlos, en cambio, llegó a México un año después de haber salido de Nicaragua tras unos enfrentamientos en la calle a raíz de la reforma de la seguridad social. Tampoco él, que siempre había trabajado en el campo, después de los enfrentamientos violentos y de la crisis económica, podía mantener a su familia. Hoy espera poder encontrar en México un futuro digno para él y para sus hijos.
Con los migrantes hemos celebrado una liturgia eucarística en el Albergue de Belén con Francisco Guevara, sacerdote de Sant'Egidio. Y hoy, sábado 22 de febrero, la Comunidad organiza una oración por todos los migrantes en la Catedral de San José de Tapachula, para recordar a todos los que, por desgracia, han muerto intentando hacer realidad su sueño.