Ha comenzado la visita de Marco Impagliazzo, presidente de la Comunidad de Sant'Egidio, en Goma, la capital de la provincia congoleña de Kivu del Norte.
Es una de las "áreas de crisis" del continente africano que, desde hace más de 20 años, vive en un estado de conflicto endémico y que recientemente, desde marzo de este año, ha experimentado un recrudecimiento que ha incrementado mucho la tensión con la cercana Ruanda. La proliferación de grupos rebeldes organizados sobre una base étnica y la proliferación exponencial de armas dificultan actualmente la resolución de la crisis. Hasta el momento se estima que el número de desplazados internos, a causa de la guerra, ronda los 2.500.000 personas, muchas de las cuales se han refugiado en las afueras de Goma. El conflicto en el este del Congo tiene una historia antigua, que entrelaza cuestiones políticas y grandes intereses financieros vinculados a los enormes recursos minerales presentes en la región. Es también una historia de gran sufrimiento que afecta a una población sobretodo de jóvenes y niños.
En el último año se estima que alrededor de 150 escuelas han sido destruidas y, junto a una emergencia humanitaria como la de los refugiados, hay una gran emergencia educativa. Debido a la reciente pandemia, miles de niños se han visto privados de la escuela y muchos de ellos se han visto obligados a trabajar en las minas o a unirse a grupos armados. Hay una gran demanda de paz que surge de los pobres y que la Comunidad ha encontrado con su fiel presencia en Goma, así como en Bukavu y Uvira, junto a menores, ancianos y niños de la calle.
Y es significativo que la visita de Marco Impagliazzo comenzó rindiendo homenaje a la tumba de Floribert Bwana Chui, de la Comunidad de Goma, asesinado en 2007 por oponerse al tráfico ilícito de arroz podrido y rechazar la corrupción. Declarado Siervo de Dios por la Iglesia, su Causa de Beatificación está en marcha y su figura también fue recordada por el Papa Francisco en su reciente visita a la República Democrática del Congo. Para los jóvenes congoleños y muchos otros, Floribert representa un modelo de resistencia pacífica al mal.