El campamento está en las montañas del Pireo, en Schisto, un área bastante aislada en las afueras de Atenas: unos 200 menores viven aquí con sus familias, viviendo juntos en contenedores de varios pisos. Son principalmente kurdos, afganos, sirios, algunos incluso vienen de África.
Algunos han sido trasladados desde el campamento de Eleonas -que estaba en el centro de Atenas- y esperan, a veces durante años, su reubicación.
En los últimos días, un grupo de Jóvenes por la Paz de Roma y Würzburg volvió a visitarlos: con fiestas, regalos, almuerzos... llevaron la Navidad también allí. Días de encuentros y emoción, como se desprende de su relato, que publicamos:
“No me olvides. Es un elefantito de lana, entre puñados de caramelos, una bufanda y unas pulseras. Lo ves y enseguida comprendes que lleva un mensaje, una botella en el mar de la desesperación que es el campo de refugiados de Schisto, porque para los niños que han vivido aquí durante años, como los días son idénticos, la memoria y los recuerdos lo son todo, como lo son para los elefantes. Aisha es musulmana, pero el pequeño elefante en sus manos es un regalo de Navidad para Marco, a quien conoció hace dos años en el campo de refugiados de Eleonas y ahora encuentra, junto con los otros Jóvenes por la Paz, en el campo de Schisto. El dorsal azul de Sant'Egidio, un pequeño certificado de participación en la Escuela de la Paz, rotuladores; son los recuerdos imborrables y tangibles que niños como Aisha llevan consigo, colocados en los estantes del corazón o cuidadosamente guardados en los rincones de los edificios prefabricados que conforman el campo de refugiados. Son los recuerdos de quienes no los han olvidado, instantáneas de alegría que ves resurgir cuando, meses después de nuestra última visita, empiezan a cantar las canciones que les enseñamos en julio nada más reconocernos. Son los momentos en los que comprendes que tu superfluidad, esa pequeña parte del tiempo que pasaste en las calles polvorientas del campo de refugiados, donde todo parece inmóvil e inmutable, es en cambio mucho para los cientos de pequeños que sacan fuerza de esos recuerdos. Porque todo en Schisto es un silencioso grito de resignación.
Queremos ir a la escuela, queremos estudiar – nos dicen los niños mayores, mientras recorren asombrados los tanques del acuario de Atenas. Los ves allí, con sus ojos siguiendo a un escurridizo pulpo y no puedes evitar imaginar el viaje que los llevó hasta Grecia, entre las olas del Egeo, niños demasiado pequeños con peces demasiado grandes debajo de ellos. Y piensas en sus ganas de aprender, mientras con la nariz pegada al cristal parecen querer mirar más allá de ese techo de cristal que les relega allí, a un campo de refugiados en las afueras de Europa. No os olvidaremos. Volveremos a Roma con los ojos llenos de vuestras caras cuando llegaba el helado, con vuestros gritos de entusiasmo aún en los oídos al ver los brownies en el restaurante; un pequeño momento de alegría que nos dará energía para todo el año. Pero sobre todo volveremos a Roma con el deseo de hacer algo por vosotros, de trabajar para que se abran nuevos corredores humanitarios, y con ellos también las puertas de una escuela que os acoja. Guardaremos el recuerdo, para estar siempre cerca de vosotros. Como tantos pequeños elefantes".
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