En Estados Unidos y en otros lugares, la crisis económica asociada al virus corre el peligro de transformar en odio la lucha por la igualdad
La muerte violenta del afroamericano George Floyd, el 25 de mayo, en Minneapolis durante una operación policial, ha reavivado con virulencia la polémica sobre el racismo en Estados Unidos. El hecho de que Floyd fuese asesinado por el policía blanco Derek Chauvin, contra quien han presentado 18 denuncias por violencia, ha provocado una explosión que se ha extendido por todo el país, con ataques contra las fuerzas del orden, saqueos e incendios. Cada año, por desgracia, se producen decenas de casos de afroamericanos o africanos desarmados que son asesinados por la policía. Son conocidos los casos de la paliza al taxista Rodney King que provocó la revuelta de Los Angeles en 1992 (50 muertos), los graves hechos de Fergusson (Missouri) tras el asesinato
de Michael Brown en 2014 o la muerte de Jamar Clark en Minneapolis en 2015, que desencadenaron semanas de protestas. Una cadena de humillaciones y violencia que hay que romper. También son el fruto del supremacismo blanco, del culto de la posesión personal de armas y de la autodefensa. Hay una cultura difusa en algunos ambientes que es necesario cambiar. (Continúa leyendo - IT)
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