La isla griega de Lesbos es la frontera oriental de Europa en el Mediterráneo. Apenas unos kilómetros de mar la separan de Turquía. Allí llegan, desde 2015, miles de refugiados provenientes de varias zonas en crisis, como Siria y Afganistán, esperando entrar a Europa. En realidad, para muchos de ellos es el inicio de una permanencia indefinidamente larga: meses, a veces, años.
Hace unos días, una delegación de Sant’Egidio, con Andrea Riccardi y Daniela Pompei, visitó la isla y constató personalmente la difícil situación en la que están los refugiados. En la isla hay unos 7000. No todos tienen un lugar en los campos "oficiales" construidos y gestionados por la comunidad internacional, por el gobierno griego y por la Unión Europea. Dichos campos, originalmente pensados y construidos como centros de clasificación para estancias de pocos días, acogen a casi la mitad de los refugiados. Los demás se instalan en "campos espontáneos", en condiciones de extrema precariedad, con tiendas y refugios improvisados.
Muchos (más del 30%) son niños y adolescentes. Hace frío, el viento es fuerte y en muchas chabolas y contenedores no hay calefacción ni agua corriente. La asistencia médica no puede hacer frente a la situación.
El campo más grande de la isla, Moria, ocupa una gran colina frente al mar. Desde allí, en 2016, partieron algunas familias de refugiados que el papa Francisco llevó a Italia y que la Comunidad acogió.
Los encuentros con los refugiados fueron emocionantes: la alegría de recibir una visita, de poder hablar de sus problemas y sus esperanzas, se vio en las palabras y en los gestos de hospitalidad: en medio de un frío intenso, un grupo de jóvenes intentó crear un ambiente cálido en el refugio de madera y plástico que tenían para recibir a los amigos que venían de Italia, mientras que una familia que vivía en una tienda, quiso compartir el pan que habían cocinado en un horno también improvisado.
En la vecina isla de Samos se están produciendo situaciones parecidas. En conjunto, pues, las condiciones de vida de los refugiados son muy graves, y la incertidumbre sobre el futuro hace que sea aún más difícil. Es una situación de grave sufrimiento ante la que no podemos continuar cerrando los ojos y que interroga a las conciencias europeas.
En la isla griega hay unos 7000 refugiados en condiciones extremas. Son una pregunta para Europa