Unos veinte Jóvenes por la Paz de Roma y Padua han pasado dos semanas hermosas e intensas con el programa DREAM en Malaui trabajando en el centro nutricional John Paul II de Blantyre. Han sido días ricos en encuentros e historias, marcadas por el encuentro con las Comunidades de Sant'Egidio de Malaui y su trabajo con los pobres. Publicamos la narración de la emocionante visita al campo de refugiados de Luwani, donde viven unos 4000 mozambiqueños que han huido de su país a causa de los enfrentamientos armados de los últimos años.
Un largo camino de tierra separa la carretera estatal del campo de refugiados de Luwani. Al otro lado de las colinas está Mozambique. En el horizonte, majestuosos baobabs con sus troncos centenarios y el orgullo de su figura son guardianes de un recuerdo no muy lejano, de poco más de veinte años que todavía no está apagado. Entonces asistían al caminar cansado y cojeante de caravanas de niños, jóvenes, adultos y ancianos que huían de una guerra sangrienta que había convertido a Mozambique en el país más pobre del mundo. Millones de víctimas, millones de refugiados. Un país destruido. Luego llegó la paz, que se firmó en Sant'Egidio, y más de veinte años de un nuevo impulso hacia el futuro.
Ahora nuevamente los viejos baobabs ven cojear, con los ojos incrédulos y dolidos, a una nueva generación de mozambiqueños, obligados a huir de su país a causa de las tensiones y de los enfrentamientos que asolan el país desde hace más de un año. Niños con la guerra en los ojos, asustados, indefensos. Algunos se esconden al ver una cámara fotográfica, otros se echan atrás ante la propuesta de un abrazo. Y luego están las madres, los padres, con el peso en el corazón de no poder dar un futuro de paz a sus hijos.
Nosotros les llevamos mochilas. Les servirán para la escuela. Sí, porque la esperanza es más fuerte que la resignación y se puede mirar al futuro incluso cuando uno está obligado a vivir un presente de sufrimiento. Empezamos los cantos, los bailes, el teatro... y docenas y docenas de niños con sus familias vienen en seguida. Al final son cientos. Detrás de ellos una extensión de tiendas que se pierde en el horizonte, todas llenas de arena, expuestas al sol, un pobre espejismo de una vida tranquila a salvo de la guerra.
Se grava en nuestro corazón la mirada implorante de los niños. Es un grito de paz ahogado por el mal. Y precisamente por eso sube directo al cielo y pide que alguien lo acoja.
TVolvemos a Italia con muchas historias en el corazón y con la conciencia de que allí donde el mal es más fuerte hay que ser más valiente y vivir con audacia. Gracias al Evangelio sabemos que el bien es más fuerte y que la vida derrota a la muerte. Con esta certeza volemos renovar nuestro compromiso de construir un mundo de paz.