Todos recordamos las imágenes del verano pasado en los Balcanes, cuando miles de refugiados, muchísimos de ellos niños, llegaron a Europa a pie, cuando familias enteras, entre las que había muchos ancianos y recién nacidos, caminaban en filas por los campos, o acampaban tras una valla o un punto de control a lo largo de la frontera con Macedonia, Serbia o Hungría, mientras esperaban continuar el viaje hacia el norte de Europa.
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Entre ellos está Hamed, un joven informático que huyó de Oriente Medio. Vaga triste por el campo preguntándose cuál será su futuro. O Ewan, un cristiano caldeo que dejó atrás el infierno sirio y no entiende por qué todavía le prohíben entrar a la zona de tránsito: "Cuando volváis a Hungría, decidles que nosotros también somos personas, queremos paz, queremos paz para nuestra familia". Aquel día había unas 80 personas, de Siria, Afganistán y Pakistán. Les damos alimentos y bebida.
Los trabajadores del ACNUR Serbia que llevan ayuda a los refugiados del asentamiento explican que la situación ahora es más tranquila, pero hasta hace pocos días en lugar de 80 eran casi 900 personas, y cada día continúan llegando nuevas familias. No sabemos cuánto tiempo hará falta para pasar al otro lado, pero sabemos que también hoy, en la frontera que separa Serbia y Hungría, hay mujeres y niños que esperan detrás de una alambrada el día que podrán empezar una nueva vida en Europa.
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