Diálogo y diplomacia tienen un papel residual.
Recibimos casi a diario noticias de atentados, tensiones, bombardeos y otras desgracias. En Oriente Medio, en Ucrania o en otros lugares. Noticias de guerra que son el preludio de una guerra más grande. Ante todo esto quedamos atónitos. Ya no existe un marco de referencia que permita superar las tensiones abiertas, a pesar de las intervenciones de determinados gobiernos. Todo está interrelacionado y parece ir cada vez más hacia el rearme, los conflictos sangrientos y la ampliación del campo de combate. También hay que decir que puntualmente se dan manifestaciones de prudencia de quienes miden sus fuerzas. Pero el verdadero problema es que se ha eclipsado la cultura de la paz, la visión que, a pesar de numerosas contradicciones, fue cobrando forma tras la Segunda Guerra Mundial.
El 6 y el 9 de agosto –lo conmemoramos este mes– se utilizó por primera vez en la historia armamento atómico contra Japón. ¿Esa conmemoración no es una advertencia? Parece que poco o nada puede frenar la carrera hacia la guerra, a pesar de algunas pausas y de algún replanteamiento. Parece que no se puede imaginar la paz. Solo hay guerra en el horizonte. Y de ese modo se asigna un papel residual al diálogo y a la diplomacia, actividades necesarias para mantener unido un mundo multipolar. El camino de las armas y de la guerra se da casi por sentado. ¿Pero hoy se puede ganar realmente una guerra? ¿Con las poderosas armas que existen, con las intricadas relaciones internacionales, con la voluntad de los pueblos, con el terrorismo? ¿Qué significa ganar la guerra? Las guerras engendran guerras y no terminan.
¿Cómo terminó la guerra occidental en Afganisgtán? Riadas de refugiados son la expresión del fracaso de aquel proyecto de victoria. ¿Y en Irak? En realidad, si hemos quemado toda visión de paz, no existe ni siquiera una visión de qué es la guerra y de adónde lleva. Massimo Cacciari se preguntó con gran lucidez: «¿Es posible ganar la guerra? ¿Y las guerras tienen que llevarse a cabo por fuerza a través de matanzas y destrucciones? La guerra no se puede ganar». Los nazis, los soviéticos y los occidentales tenían una idea de “su” victoria y de “su” orden. Hoy, en una partida con tantos y tan distintos jugadores, nadie piensa en cómo será el después, y todos se ven cada vez más atrapados en el juego bélico que obliga a ataques y contraataques. Muchos dicen que hablar de paz es una utopía.
Pero esta guerra –y corremos el peligro de caer en ella– es una pesadilla: nadie sabe qué será, más que muerte y destrucción. ¡Hay que imaginar la paz! Para llevar a cabo esta operación política y cultural, hay que enfriar situaciones incandescentes. Hay que enfriar la guerra y las iniciativas agresivas. Las treguas son herramientas fundamentales. El camino de la convivencia –si no pacífica, sí al menos sin combates– está formado por compromisos y también por un recuperado respeto del derecho internacional, de las reglas y de las sedes donde se ejerce la política internacional. No asistimos al primer episodio de “locura” belicista de la historia contemporánea. Pero nunca habían existido armas tan poderosas. Existen responsabilidades distintas, pero queda bien claro que todos –si nada cambia– pasaremos por un terrible baño de sangre. Y entonces morirán los niños, signo de la barbarie. Ya han muerto en Ucrania, en Israel, en Gaza, en Yemen, en Sudán y en otros lugares. Elie Wiesel decía que los hijos de los asesinos también son niños, y no asesinos.
Artículo de Andrea Riccardi en Famiglia Cristiana, 8 de agosto de 2024