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Haití: un país preso del miedo y la violencia. Pero el pueblo pide paz.

La crisis de Haití es un fenómeno grave y duradero. Desde hace algunos años el país, y en particular la capital, es rehén de una guerra extremadamente violenta entre bandas armadas por el control del territorio. Se estima que hay más de un centenar de grupos armados presentes en todo el país.
En los últimos días, la situación ha entrado en una nueva fase de desorden y violencia. Mientras el primer ministro haitiano, Ariel Henry -nombrado por el presidente Jovenel Moïse, poco antes de ser asesinado en julio de 2021- estaba en Kenia, las bandas armadas se unieron en una alianza llamada "Viv ansanm" (convivencia), encabezada por un ex policía, Barbecue y atacaron varias comisarías, el palacio presidencial, el aeropuerto internacional y la principal prisión del país. Su dimisión no fue suficiente para frenar las protestas.
La situación actual está fuera de control. Hombres armados van de barrio en barrio, quemando casas, causando estragos y matando. La gente vive con el miedo de que la maten o de tener que huir en la noche. En algunos barrios se han organizado grupos de autodefensa que también suelen ejercer violencia indiscriminada. Comercios, bancos, escuelas y oficinas permanecen cerrados.
La comunidad haitiana, así como los 120 niños adoptados a distancia y los ancianos de la misión Lakay Mwen que Sant'Egidio apoya desde hace muchos años, se encuentran en una zona relativamente protegida. La casa familiar que Sant'Egidio apoya desde hace muchos años y que acoge a una quincena de niños, fue trasladada el año pasado de Puerto Príncipe a Petit-Goave, un poco lejos del centro de la capital y, por tanto, más segura.
Haití está en el centro de la oración de la comunidad por la paz, para que se puedan encontrar caminos de convivencia y de paz.