La presencia de inmigrantes en Europa se considera una emergencia, pero en realidad la mayoría de desplazados y de refugiados son acogidos en localidades próximas a sus localidades de origen, en países de rentas bajas o medias. No es Europa, pues, el destino que mayoritariamente eligen los migrantes: el 46% de los países menos desarrollados, casi todos en Asia y África, acogen a más del 20% de todos los refugiados del mundo.
En África, en 2023, se calcula que de los más de 40 millones de personas que se vieron obligadas a dejar su casa, cerca del 96% se quedó en el continente.
Malaui no es una excepción y, a pesar de que es uno de los estados más pobres del mundo (se sitúa en el lugar 160 según el indicador de desarrollo humano del PNUD), ofrece refugio a mucha gente que huye.
En el campo de refugiados de Dzaleka, en la periferia de Lilongwe, en los últimos veinte años se han alternado refugiados provocados por la guerra del limítrofe Mozambique y posteriormente gente de Ruanda y de Burundi que huían del genocidio de mediados de los años 90. Más recientemente, los refugiados llegan prevalentemente de la República Democrática del Congo y de países del cuerno de África.
Incluso algunas personas que participaban en la Comunidad, por distintas vicisitudes y situaciones de peligro, se han visto obligadas a irse de su país, del Congo, de las regiones de Goma y del Kivu, para refugiarse en Malaui. Al llegar al campo de Dzaleka, se encontraron y se reconocieron, y juntas decidieron volver a vivir siguiendo el espíritu de Sant’Egidio y hacen la oración, la Escuela de la Paz y el servicio a los ancianos y a los enfermos.
Para los refugiados, que viven una especie de vida en suspenso, mientras esperan y confían eternamente que tenga éxito el largo proceso de reconocimiento del asilo, la presencia y la amistad de Sant’Egidio significa gastar la vida de manera útil para ellos y para los demás y mantener viva la confianza en un futuro mejor.
El número de personas que viven en el campo de Dzalaka crece año tras año, y ya ha llegado a la cifra récord de casi 50.000 personas, como una ciudad mediana.
Cuesta imaginar el día a día de este pueblo de niños, ancianos y adultos que viven esperando algo que parece que nunca llega, y mientras tanto se afanan por aprender la lengua local o al menos el inglés, y por encontrar algún trabajo informal que les permita complementar la escasa comida que reciben en el campo.
Las autoridades están intentando fomentar las repatriaciones voluntarias pero mucha gente ya no tiene una casa o un lugar a los que volver.
Los ancianos son pobres entre los pobres. A menudo no tienen familia y viven los últimos años de su vida solos y en medio de la más absoluta pobreza.
Los amigos de Sant’Egidio que les visita y les ayudan son para ellos una nueva familia. Cuando pueden, les llevan algo de comer. Ayudan a rehabilitar las cabañas y las pobres casas donde viven porque cada año hay que sustituir el techo de paja y hay que reforzarlo con plásticos para evitar que el agua entre durante la estación de las lluvias.
En febrero se inauguró la primera casa para alojar a ancianos refugiados que se habían quedado sin vivienda en el campo. La han llamado La Casa de la Amistad es una edificación sólida y acogedora con dos estancias.
Fue un gran acontecimiento para la Comunidad de Dzaleka, un signo de amor y de atención por los ancianos que mereció el reconocimiento de las autoridades del campo y del capellán, que bendijo la nueva construcción.