Qué significa el hambre de paz, cultivar visiones alternativas a la guerra

Artículo de Andrea Riccardi

Estamos en un mundo difícil. A veces las noticias parecen un boletín de guerra. En Primer lugar, sobre Ucrania, tan atacada. Hay conflictos que han dejado de ser foco de atención o que nunca lo han sido. Pienso en Sudán, en los miles de muertos, los casi tres millones de refugiados internos y el más de un millón que están en el extranjero. El filósofo coreano Byung-chul Han escribe: "La información por sí sola no explica el mundo". Parece una situación demasiado compleja incluso para gente que, por más que desee interesarse, no logra seguir, no ve vías de salida, se siente impotente. Muchas veces la impotencia favorece la indiferencia. Aun así, el largo cortejo de inmigrantes y refugiados que hay a nuestras puertas recuerda que existe un mundo en el que muchos sufren enormemente por la guerra, por el cambio climático, por la miseria y por el hambre.

Parece que la indiferencia sea una costra protectora que se forma cuando nos centramos en nosotros y en nuestro mundo. Parece que haya poco que hacer, salvo por algunas excepciones de soñadores e idealistas. Pero bajo esta costra de separación, emerge una hambre de palabras de paz, cuando se da la ocasión. Es algo que ocurre en Italia y en toda Europa. Así se constató la semana pasada en el Encuentro internacional en el espíritu de Asís titulado "La audacia de la paz", que se celebró en Berlín. La amplia participación de los berlineses en los debates y en las manifestaciones, en una ciudad en la que las Iglesias son minoritarias, reveló un gran interés por los temas de la paz y de la guerra. También entre los jóvenes, llenos de preguntas por el futuro.

La expresión "audacia" consuela a los que sienten que hay que hacer más. Audacia de la paz significa creer que puede existir una alternativa a la guerra. Así pues, hay que invertir más en diplomacia y en el diálogo para buscar soluciones justas y pacíficas. Eso no significa inteligencia con el más fuerte o con el agresor, o bien malvender la libertad ajena para nuestra tranquilidad. Decía J. F. Kennedy que "no debemos negociar por temor sino que nunca debemos temer negociar". La audacia es difícil, pero es necesaria ante situaciones bloqueadas o guerras que se eternizan. Václav Havel escribía: "La política no puede ser solo el arte de lo posible... sino más bien debe ser el arte de lo imposible, es decir, debe hacernos mejores a nosotros y al mundo".

El papa Francisco, al que algún articulista o algún político han tildado de irrealista, es una voz de referencia para muchos. A pesar de que no pueda detallar un camino para el fin de la guerra, siempre pone la paz como objetivo de futuro. Las palabras de paz van acompañadas de hechos: la misión del cardenal Zuppi en Kiev, Moscú, Washington y Pequín. El Papa no acepta la impotencia: habla, llama, envía a mensajeros. No está solo en este empeño. A pesar de lo que pueda parecer, mucha gente busca palabras de paz. El deseo de paz no es egoísmo, deseo de estar tranquilo, de no pagar consecuencias por el conflicto. Se dirige sobre todo a quien sufre la guerra. En particular, a Ucrania, agredida por los rusos, que sufre enormemente, con una población bombardeada y gran parte de la población que ha abandonado el país.

¿Qué significa hambre de paz? ¿Qué solución se puede ofrecer? ¿Qué medios hay para influir en los acontecimientos? Ante todo, significa no olvidar la guerra o, mejor dicho, las guerras: recordarlas e implicarse. Una opinión pública atenta es importante, aunque nuestros países europeos tienen una influencia relativa en el conflicto de Ucrania y escaso peso en otros conflictos. Interesarse, participar, tener la paz en el punto de mira no significa lograr inmediatamente el "milagro" del fin de la guerra. Una atención fiel y una presión constante ayudan a las numerosas fuerzas que en el mundo trabajan para crear ámbitos de diálogo. Todo está conectado, más de cuanto parece.

Los cristianos creen en la fuerza de la oración por la paz. En el encuentro de Berlín, Angela Kunze, que en 1989 tenía 25 años, explicó que desde septiembre de aquel año se reunía con mucha más gente para rezar en una iglesia cerca del Muro, aunque estaban rodeados por la policía: "Estoy convencida de que la oración tiene un poder transformador, puede acelerar el cambio de la sociedad y derribar muros".

Un ministro comunista dijo con desprecio: "Esperábamos de todo, pero no velas y oraciones". Por otra parte, la historia está llena de sorpresas: procesos  dolorosos y muy lentos, al final, de repente, encuentran una salida positiva. Nos hemos acostumbrado demasiado a que no tener soluciones en seguida signifique que no hay soluciones. Cultivar juntos visiones de paz mantiene viva una esperanza para los pueblos que sufren la guerra. Puede parecer poco, pero tiene mucho valor.

Andrea Riccardi

Domingo 17 de septiembre de 2023

[Traducción de la redacción]

Avvenire.it