Entre los refugiados que hay en la isla de Chipre, muchos son niños solos, de entre 15 y 17 años, que se fueron siendo aún más pequeños de Afganistán, Somalia u otros países marcados por guerras o regímenes violentos. Dejan a sus espalda historias difíciles y dolorosas: algunos han perdido a sus padres, a otros sus mismas familias los enviaron lejos para salvarlos de la violencia que aflige a sus países.
Hay más de 750 menores no acompañados en toda la isla (ver los datos oficiales), acogidos en diferentes instalaciones: unos 200 se encuentran en el campo de refugiados de Pournara, en una zona llamada «Zona segura», es decir, una zona protegida, exclusivamente para ellos. Otros se encuentran en centros de acogida de Nicosia o en hoteles habilitados para la ocasión en las ciudades de Pafos y Larnaka.
Ellos han sido los destinatarios de muchas de las actividades del verano de solidaridad con los migrantes en Chipre: Escuela de idiomas, en Nicosia y Pournara, donde algunos de ellos se han unido a los voluntarios para ayudar a servir las mesas en la Tienda de la Amistad o para ayudar a los más pequeños de la Escuela de la Paz; excursiones culturales y recreativas con los niños de los centros de acogida de Larnaca y Paphos.
A menudo considerados «difíciles», son jóvenes que necesitan recobrar la infancia que perdieron en los largos viajes que hicieron o a causa del horror de la guerra y la persecución que descubrieron a muy corta edad. Sorprende la gran soledad que albergan. La euforia del viaje y de descubrir cosas nuevas se vio pronto sustituida por la preocupación por el futuro, por un sentimiento de estar solos y tener pocos recursos. Algunos de ellos esperan que les trasladen a otros países europeos donde podrán reunirse con sus familiares, pero otros no tienen esta posibilidad y esperan alcanzar la mayoría de edad en la isla sin muchas esperanzas.
Con los amigos de Sant'Egidio de toda Europa que se han ido turnando en Chipre este verano, estos jóvenes han podido respirar un aire nuevo, que ha roto la monotonía de días que eran siempre iguales. Gracias también a la colaboración de los operadores del Ministerio de Bienestar Social chipriota que los acogen en centros de acogida, han podido participar casi todos. En el día a día hemos empezado a conocernos, a escuchar sus historias y a consolar sus sufrimientos. Al estar juntos, los jóvenes han podido expresar todo su deseo de vivir y han encontrado a amigos a los que han podido confiar sus sueños.