Un flujo constante de mujeres, niños y ancianos cruza el paso fronterizo de Vysne Nemecke entre Ucrania y Eslovaquia. Prosigue día y noche. Es un punto por el que desfila ininterrumpidamente el sufrimiento digno de muchos ucranianos y, sobre todo, ucranianas.
En sus rostros de preocupación se dibujan algunas sonrisas por la acogida recibida y por la sensación de estar finalmente a salvo. Hay muchos niños que llevan juguetes en las manos y se agarran a las piernas de sus padres.
Andrea Riccardi, que estos días está en la frontera entre Eslovaquia y Ucrania, describe algunos encuentros: «Un anciano nos mira y luego exclama: 'Me llamo Artur, soy armenio'. Huyó de Kiev pero es originario de Ereván. Está con su familia. Una anciana no logra contener las lágrimas. Su nieta, una niña de 6-7 años con un peluche debajo del brazo, y que está a su lado, la mira, parece querer consolarla.
Hace unas horas ha llegado una mujer con 12 niños. No todos son hijos suyos: otras familias le dejaron sus hijos para que los sacara de Ucrania. Nuestras Comunidades acogen, orientan, reciben en sus casas y buscan hospitalidad para los refugiados ucranianos. Es una red de protección en la que participa Sant'Egidio de Eslovaquia, de la República Checa, de Italia... Una mujer para la que encontramos alojamiento nos escribe un SMS: Gracias por lo que hacéis y sobre todo porque gracias a vosotros todavía puedo esperar en la humanidad».