Día del Recuerdo: Ser testigos, muchos, todos en su nombre
En estos días recordamos la liberación de Auschwitz por la 60ª Unidad del Ejército soviético. «La primera patrulla rusa –escribe Primo Levi en «La tregua» – fue avistada desde el campo alrededor del mediodía del 27 de enero de 1945. Charles y yo fuimos los primeros en verla (...) Eran cuatro jóvenes soldados a caballo, que avanzaban con cautela, con ametralladoras en los brazos, por la carretera que delimitaba el campo. Cuando llegaron a las redes, se detuvieron a mirar, intercambiando palabras cortas y tímidas». Para los pocos que sobrevivieron, aquellos cuatro soldados a caballo parecían ser «mensajeros de paz», como recuerda el escritor.
El27 de enero recuerda la Shoá, la destrucción del judaísmo europeo durante la Segunda Guerra Mundial a manos de los nazis y sus aliados: seis millones de muertos, incluido un millón de niños. François Mauriac escribe que hay momentos en la historia en que el misterio del mal marca «el final de una era y el comienzo de otra»: el 27 de enero es uno de ellos, aunque la percepción del cambio fundamental se fue abriendo camino gradualmente.
Hoy somos conscientes de ello y no podemos ocultarlo: de las cenizas de Auschwitz ha surgido un mundo nuevo, centrado en los valores de la democracia y de la libertad, sabiendo que la humanidad es una y lo que le sucede a cada uno nos afecta a todos.
ElDía del Recuerdo, pues, no consiste solo en volver la mirada hacia el pasado, sino que también arroja una nueva luz sobre el futuro. Un futuro en el que los judíos puedan vivir sin temer por sus vidas, como individuos y como pueblo, un futuro en el que el antisemitismo y el racismo sean cosa del pasado, en el que la conciencia haya interiorizado el valor de la convivencia, la hospitalidad y la diversidad, porque en ciertos momentos de la historia todos hemos estado en minoría o hemos sido extranjeros para otra persona, como recuerda la Biblia: «Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto» (Dt 10, 19).
Por supuesto, lo que sucedió en Venturina, en estos días de recuerdo, deja en claro cuánto queda por hacer a nivel educativo y cultural. Agredir a un niño de 12 años con patadas y escupitajos porque es judío es una herida muy grave no solo para él y su familia: debe preocuparnos a todos, porque quienes lo atacaron eran solo unos años mayores que él.
La respuesta más importante, a nivel de la sociedad, sigue siendo «recordar». Lo cual no es un simple recuerdo del pasado sino un compromiso para construir un mundo diferente. Un mundo en el que se prohíban las semillas y las premisas que llevaron al infierno del exterminio. En primer lugar, los judíos, pero también las personas con discapacidades o las personas mayores con enfermedades crónicas, las que son tildadas de vidas indignas de ser vividas, junto con los gitanos, considerados asociales y racialmente impuros, los testigos de Jehová, las personas homosexuales, los opositores políticos, los pueblos eslavos, empezando por los polacos. El mal se ensancha y afecta a muchos en círculos concéntricos, no termina en las víctimas previstas; una vez desatado, el mal escapa al control y desfigura a todos, extendiéndose como un contagio.
Para recordar, recurrimos a los testigos. Los textos de Primo Levi ya son imprescindibles, y con él hay muchos testigos que nos han ayudado con sus palabras e historias a entrar en un mundo que está fuera de lo imaginable: Shlomo Venezia, Settimia Spizzichino, Sami Modiano, Liliana Segre, Edith Bruck y muchos otros, hablando solo de Italia.
Nos han acompañado en los meandros más dolorosos de la historia, a menudo nos han recordado, con la sabiduría de quienes han sufrido en su carne las consecuencias del mal, el valor de superar el odio, sabiendo que la mejor venganza , en contra de un proyecto de muerte como la Shoá, es la vida.
Primo Levi tenía una conciencia fuerte para contar no solo su propia historia, sino también las historias de muchos que ya no estaban allí, de todos los que no sobrevivieron, es decir, la mayoría. Decía: «Hablamos por ellos, por delegación».
Ha llegado el momento de asumir esta responsabilidad y este legado. Como dijo el Papa en Eslovaquia, dirigiéndose a la comunidad judía local: «Queridos hermanos y hermanas, su historia es nuestra historia, sus dolores son nuestros dolores». Seamos también nosotros testigos. Tenemos una deuda: la era de paz y democracia en la que vivimos ha costado mucha sangre, incluida la de ellos. Y en este tiempo lleno de riesgos pero también de esperanzas, llega el momento de hablar en su nombre, «por delegación».
[Marco Impagliazzo]
[Traducción de la redacción]