Han pasado 28 años desde el 4 de octubre de 1992, festividad de san Francisco. Aquel día, en Roma, el presidente mozambiqueño y secretario del FreLiMo, Joaquim Chissano, y Afonso Dhlakama, líder de la ReNaMo, la guerrilla que desde la independencia luchaba contra el Gobierno de Maputo, firmaron un Acuerdo General de Paz que ponía fin a 17 años de guerra civil (cientos de miles de muertos; 3-4 millones de desplazados internos y refugiados en los países limítrofes).
La firma ponía fin a un largo proceso de negociaciones que duró un año y algunos meses, y que se llevó a cabo en la sede de la Comunidad de Sant’Egidio, en locales no grandes pero acogedores, en un jardín donde despuntan unos bananos que hacían pensar en África y un gran olivo que nos recuerda que es posible trabajar juntos tras el diluvio de fuego de un enfrentamiento armado. Allí, en Trastevere, algunos miembros de la Comunidad (el fundador, Andrea Riccardi, y un sacerdote, Matteo Zuppi, hoy arzobispo de Bolonia), un obispo mozambiqueño (Jaime Gonçalves, titular de Beira, recientemente fallecido) y un "facilitador" representante del Gobierno italiano (Mario Raffaelli), habían tejido pacientemente un diálogo entre los que se enfrentaban en nombre de la ideología y del poder. Crearon un marco negociador sobre las bases de la unidad del pueblo mozambiqueño para buscar lo que une y no lo que divide.
Con el Acuerdo General de Paz se establecía la entrega de las armas de la guerrilla a las fuerzas de la ONU, la integración de los excombatientes en el ejército regular, los procedimientos de eliminación de minas y de pacificación de las zonas rurales, una serie de prácticas destinadas a transformar el enfrentamiento armado entre las partes en una competición basada en las reglas constitucionales y democráticas. Las elecciones de 1994, las primeras realmente libres en la excolonia portuguesa, sancionaron el éxito de todo el proceso negociador y dejaron a Mozambique en una nueva etapa, formada ante todo por paz.
La paz puso en movimiento un proceso de normalización de la situación y de crecimiento económico y social.Un camino no sencillo y no lineal, pero también una gran historia de éxito, un ejemplo de cómo un Estado puede dejar atrás las gigantescas dificultades y sufrimientos de una guerra civil, para hacer frente a los desafíos siempre complejos, pero menores y más gestionables, como los de la economía, las relaciones internacionales en el mundo globalizado, la diversificación social o el refuerzo de una conciencia global.
La historia de estas décadas de posguerra se ha caracterizado, sí, por una dialéctica política áspera, y con momentos de abierto conflicto (entre 2013 y 2014 Dhlakama, al sentir que no tenía garantías, volvió a la selva y obligó a la comunidad internacional a un nuevo esfuerzo mediador), así como de miedo que sentía el partido del Gobierno a una alternancia democrática, incluso a nivel local, como si esta pudiera menoscabar la unidad del país. Pero también se ha caracterizado por la aceptación por parte de los presidentes que se han sucedido en Maputo de las reglas constitucionales: después de ganar las elecciones de 1999 Chissano renunció a ser candidato a un tercer mandato; su sucesor, Armando Guebuza, vencedor en los comicios de 2004 y de 2009, también se retiró al finalizar el segundo mandato, dejando el cargo al presidente actual, Felipe Nyuzi.
Mientras tanto el joven país ha ido curando sus heridas, reconstruyendo la rede de infraestructuras y de comunicaciones, reforzando, con todos los límites del contexto subsahariano, los sistemas escolar y sanitario. En algunos ámbitos se ha alcanzado incluso una excelencia continental. Como por ejemplo cuando, en febrero de 2002 se abrió el primer centro DREAM para la terapia antirretroviral en África, el de Machava, en la periferia de Maputo. Un centro de salud gestionado por Sant'Egidio, pero no privado, asociado a la sanidad pública, y por tanto, que puede ofrecer gratuitamente a quien lo necesite los fármacos que en Occidente salvan las vidas de muchos seropositivos. El derecho a la terapia, un derecho que muchas veces es violado y desatendido, se reconocía en Mozambique antes que en muchos otros países del continente. El programa DREAM se ha extendido desde entonces por todo el territorio nacional; madres y niños sin el sida hoy son un signo de esperanza y de resurrección.
Sant'Egidio ha estado cerca de Mozambique en todos estos años, para ganar, después de la guerra, también la paz. Una generación que no ha conocido la guerra ha crecido en las Escuelas de la Paz que Sant'Egidio ha abierto en docenas de ciudades. Un amplio movimiento de Jóvenes por la Paz se ha difundido por las escuelas y las universidades, propagando una cultura de la solidaridad y de la gratuidad, premisas para una sociedad pluralista y pacífica. Además, a través del programa BRAVO Sant'Egidio ha logrado que decenas de miles de niños mozambiqueños fueran inscritos en el registro civil, salvándoles así de la invisibilidad y protegiendo sus derechos.
PARA SABER MÁS
Las iniciativas de Sant'Egidio en Mozambique >>
El cuadro de la Paz en Mozambique >>
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A Paz. Como Moçambique saiu da guerra (Roberto Morozzo della Rocca)