Padre Santo,
Me llamo Giovanna y tengo casi 80 años. Para mí es una gran alegría poder estar con usted. Soy anciana, y hoy ser anciano es difícil. La vida se alarga, pero la sociedad no se ha “alargado” a la vida, como usted ha dicho. La vejez muchas veces es vista como una enfermedad que hay que mantener lejos, mientras se pueda. Lo vi cuando me jubilé. Hasta entonces yo había ignorado la vejez, pero entonces ya no podía alejarla. Nunca había tenido tanto tiempo para mí. ¿Cómo llenarlo?
Mis parientes me decían: “finalmente puedes pensar un poco en ti misma”. Es lo que hace mucha gente de mi edad: un viaje, nuevos hobbys, o un poco de deporte. No hay nada de malo en ello. Pero yo quería seguir siendo útil.
¿Qué hacer? Antes, nunca había tenido ni siquiera tiempo de preguntármelo... Y luego... El trabajo, la familia... todo me confirmaba que yo era útil.
Pero ¿y ahora?
Le doy las gracias porque nos recuerda a los ancianos que tenemos una misión en la Iglesia y que no tenemos que “arriar las velas”. Usted nos dijo que “la vejez tenemos que inventarla un poco”. Yo he intentado hacerlo, y la primera manera que he encontrado ha sido la oración.
Siendo ya anciana, he vuelto a orar. En mi vida no siempre dediqué tiempo e importancia a la oración. Tenía demasiadas cosas que hacer, demasiadas cosas entre manos.
Hoy vivo la oración también como un servicio para los demás. No solo para aquellos que conozco y que están cerca de mí, sino también para los enfermos, para los presos, para las víctimas de la miseria y de la guerra. Con la oración he encontrado la mejor manera de viajar, de llegar a muchos lugares del mundo.
Y al mismo tiempo, he descubierto también que todavía tengo mucho que dar. Los ancianos todavía tenemos piernas para ir hacia los demás, brazos que pueden sostener, palabras que pueden consolar, y sobre todo mucho afecto que puede dar calor y alegría a los jóvenes que se encuentran con una vida árida, sin amor.
Santo Padre, todavía tenemos fuerza y energías, y, si Dios quiere, vida por delante. Le pedimos que la Iglesia nos contrate más como obreros de su viña. La Iglesia debe ser más consciente de que existen los ancianos y que son una fuerza, incluso en el momento de la debilidad.
Podemos ayudar a los demás de muchos modos: yendo a visitar a los demás ancianos enfermos o ingresados en asilos, visitando a los presos, y también hablando con los jóvenes que muchas veces viven solos. ¡Yo lo hago con mis nietos y veo que es útil!
Algunos ancianos de la Comunidad, además, han empezado a ayudar a los refugiados y les enseñan nuestro idioma. ¡Los ancianos pueden trabajar para la integración! Estos jóvenes han encontrado en nosotros a padres, madres y, sobre todo, abuelos.
Y luego, Padre Santo, ¡los que somos viejos estamos a favor de la paz! Ya hemos sufrido suficiente por la guerra en Europa y conocemos sus horrores. Estoy convencida de que, si se nos valora, los ancianos podemos ser constructores de paz en la sociedad. ¡Que la Iglesia nos escuche y nos ayude a ser escuchados!.