FLORIBERT BWANA CHUI

La de Floribert Bwana Chui (joven congoleño trabajador de las aduanas de Goma) es la historia de un hombre asesinado por no ceder a la corrupción (1). Conocer dicha historia ayuda a entender las nuevas formas de martirio: se trata de un sacrificio silencioso y alejado de los focos de los medios de comunicación, pero que hace tambalear la vida social y política de aquellos países donde la corrupción se ha convertido en la norma. Lo corroboró también el papa Francisco en su viaje a África de 2015, cuando una joven le preguntó: "¿Se puede justificar la corrupción alegando que todos son corruptos? ¿Cómo podemos ser cristianos y luchar contra el mal de la corrupción?".

En su respuesta el Papa puntualizó: "La corrupción es algo que entra dentro de nosotros. Es como el azúcar […]. Cada vez que aceptamos un soborno destruimos nuestro corazón y nuestra patria [...]. Como en todo, hay que empezar: ¡si no quieres la corrupción, empieza tú mismo, ahora! Si no empiezas tú, ¡tampoco empezará tu vecino!". Hablando a los jóvenes durante la visita añadió: "Chicos y chicas, la corrupción no es un camino de vida, ¡es un camino de muerte!" (2).

¿Quién era Floribert? Francesco De Palma explica la vida de Floribert Bwana Chui bin Kositi a través de la tortuosa historia del Congo contemporáneo. Su historia es una historia corta y llena de fe, que se encarnó en una tierra humanamente rica y paisajísticamente hermosa, pero políticamente compleja y atormentada. Floribert nace el 13 de junio de 1981 en Goma, al este de la República Democrática del Congo, en la frontera con Ruanda, y crece en un tiempo que no conoce la paz, a causa de dos recientes sangrientas guerras. Es asesinado en Goma el 7 de julio de 2007 por no dejar pasar productos alimentarios en mal estado, nocivos para la salud de la gente. Muere con solo 26 años. En el libro se recoge una antología de testimonios que recuerdan a Floribert como una persona magnánima, que no deja de creer que puede cambiar el mundo (su mundo) gracias a la fe en Cristo; estaba convencido de que 'nadie es tan pobre que no pueda ayudar a otro más pobre'. Poco a poco, el lector llega a ver cómo crece en la vida frágil del protagonista una fuerza interior que con los años le lleva a dedicarse a las Escuelas de la Paz, al orfanato de Baraza y al barrio de Mabanga.

Floribert cree en la fuerza de la reconciliación, que favorece el encuentro. Sin dejar de lado los estudios, que termina el verano de 2006 licenciándose en Economía, presta su ayuda a los niños de la calle. Luego empieza a trabajar en Kinshasa, en la Office Congolais de Contrôle (OCC), la agencia estatal que se ocupa de comprobar la calidad de las mercancías que transitan por el Congo. Poco después, Floribert es trasladado a Goma, donde viven sus padres, su prometida, sus amigos y muchos niños de la calle a los que conoce. Allí aumenta la responsabilidad que tiene. Sobre todo, por su conciencia de creyente: a través del trabajo siente que la vida y la salud de la gente dependen de sus decisiones. En su calidad de controlador de calidad alimenticia, debe secuestrar y destruir las partidas alimentarias que entran en el Congo desde Ruanda por los pasos fronterizos de Goma sin los requisitos higiénicos comerciales previstos por la ley. La honestidad se alimenta de la fe. Floribert encuentra fuerzas en la fe. En su Biblia hay un pasaje subrayado que lo interpela: "A los soldados que le preguntan 'Y nosotros ¿qué debemos hacer?' él les contestó: 'No hagáis extorsión a nadie; no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada'" (Lc 3,12-14). Para Floribert es un imperativo moral: no exigir nada más de lo que está fijado. Está convencido de ello no por la fuerza, sino por la fe. De ese modo todo es tan sencillo que parece evidente. Es el retorno de la honestidad. La silenciosa revolución de los honestos empieza así. La vida de Floribert enseña que si alguien no empieza a rebelarse contra la corrupción, la historia común no se salvará. De hecho, la sed de dinero es la raíz de toda corrupción que lleva a burlarse de las leyes, a venderse por dinero, a asesinar a quien es honesto.

Entre finales de junio y principios de 2007 Floribert le confía a un amigo: "Se reciben muchas presiones. Pero no quiero ceder. Si no destruyera lo que es perjudicial para la salud de tanta gente, si aceptara la corrupción, sería como traicionar todo lo que he creído, sería como se aceptara la mía, de destrucción. Yo sigo mi camino, he bloqueado grandes cantidades de arroz en mal estado. No puedo exponer a la población a ese peligro". "Conjuraba" sus palabras con el canto La résurrection pour l'Afrique, de la Comunidad de Sant’Egidio, a la que pertenecía. También los obispos africanos, en 2003, expresaron su deseo de que "los cristianos sean héroes de la lucha incruenta de reconstrucción nacional". En particular, para los obispos del Congo la reconstrucción nacional pasa por la lucha contra la corrupción. Es la lucha cristiana impulsada únicamente con las armas de la fe: la amistad, la reconciliación, la verdad, la responsabilidad y la construcción del bien común. Floribert caminaba en la fe por el camino trazado por el carisma de la Comunidad de Sant’Egidio. Se sentía atraído por cómo la fuerza del diálogo había alcanzado la paz en Mozambique, por el hecho de que "la Comunidad había logrado reconciliar a los que se enfrentaban desde hacía años". Aquella experiencia le daba fuerza para hablar a los jóvenes de Kigali (Ruanda).

En el corazón de los amigos 
El libro narra el testimonio de Trésor, uno de sus hermanos, que explica que Floribert nunca cedió a chantajes: "Querían pasar partidas de alimentos en mal estado, y que no fueran destruidas. Le habían ofrecido dinero, él los había rechazado, y lo amenazaron. Floribert me lo dijo. Pero insistió que nunca aceptaría dinero a cambio de la vida de nadie, porque si alguien comía aquellos alimentos en mal estado podría morir". A sor Heanne-Cécile Nyamungu, Floribert le confió que "habían intentado corromperle para que no destruyera unos alimentos en mal estado. Le habían ofrecido primero 1.000  dólares, y luego más, hasta llegar a 3.000. Pero él los había rechazado: en cuanto cristiano no podía aceptar poner en peligro la vida de tanta gente. Le dije que había hecho bien, que actuando así no se había hecho cómplice del mal. Entonces él añadió: 'El dinero desaparecerá pronto. En cambio, ¿qué habría sido de las personas que consumieran aquellos productos?'. Y continuó: '¿Vivo en Cristo o no? ¿Vivo para Cristo o no? Por eso no puedo aceptarlo. Es mejor morir antes que aceptar ese dinero'. Así terminó. Habíamos quedado de acuerdo para volvernos a ver el sábado siguiente, para seguir hablando. Pero aquel sábado estuve ocupada hasta las 15.00, y cuando le llamé al móvil no contestaba, ya lo habían secuestrado". El 7 de julio Floribert fue secuestrado y asesinado. Al salir de una tienda le obligan a subir a un automóvil. Las operaciones de búsqueda son infructuosas. Dos días más tarde, al mediodía, un motociclista lo encuentra sin vida. Su cuerpo tiene las señales de los golpes y de la tortura sufrida durante las horas de cautiverio.

Tras la autopsia, sor Jeanne-Cécile, su amiga médica, afirma: "Lo habían torturado brutalmente, le habían roto los dientes y el brazo izquierdo, y había evidentes marcas de una plancha en los genitales y en las nalgas". Se puede morir por corrupción. Sucede siempre que la fuerza de corrumpere, que significa "romper en muchas partes", eclipsa el bien común. Si, por una parte, la corrupción seduce y atrae, por otra, como recuerda el papa Francisco, obliga a los hombres a ensuciarse el corazón, impide que la conciencia lleve a cabo actos generosos con los demás, quita la libertad de escuchar la voz de Dios. Por eso los hombres corrompidos, en lugar de distinguir el bien del mal, se limitan a autojustificar el mal (3). Decir "no" a la corrupción, en África y en muchos otros lugares del mundo, puede costar el sacrificio de la vida. En el libro se presentan algunas pistas de interpretación del misterio de esta muerte. No es tal complicado comprenderla, aunque aún hoy no se ha arrojado luz sobre la misma. Quizás pesó la negativa que Floribert dio al inspector de sanidad que quiso sobornarle, quizás se trató de una revancha por los productos alimenticios en mal estado que ya habían sido destruidos, o bien una decisión de los poderes fuertes y corruptos para impedirle que continuara destruyendo más. En cualquier caso, Floribert fue asesinado porque, impulsado por su fe, dijo "no" a la corrupción. Decía: "Toma el Evangelio y léelo. Te consolará, te dará alegría".

En su introducción al libro, Andrea Riccardi destaca la fuerza que deja como herencia la derrota de los hombres de paz y de fe: «Esta historia merece atención [...]. Es una evidencia muy triste, que demuestra la fuerza de la corrupción y el clima de violencia. Pero también es la historia de la "fuerza débil" de un joven que cree. Muestra el camino de la resurrección de África, que empieza por los jóvenes y los laicos".

Pero la historia de Floribert no es una historia circunscrita a la frontera entre Congo y Ruanda: su silencioso sacrificio interroga a todas las fronteras del mundo, donde la corrupción se puede derrotar con la honestidad, porque –como decía Floribert– "la salud de la gente vale más que el dinero".

La Civiltà Cattolica


Notas
1. Cfr R. De Palma, Il prezzo di due mani pulite. Un giovane contro la corruzione nella Repubblica democratica del Congo, Milano, Paoline, 2015.
2. Papa Francisco, «Discorso ai giovani», nello Stadio Kasarani, Nairobi (KENYA), 27 de noviembre de 2015; cfr vatican.va/ 27 de noviembre de 2015.
3. Cfr J. M. Bergoglio, Guarire dalla corruzione, Bologna, Emi, 2013, 12.

Francesco Occhetta