CAMPAÑAS DE SENSIBILIZACIÓN

La Comunidad de Sant'Egidio ha aumentado con el paso de los años su convencimiento de que los ancianos pueden ser el origen de un imponente movimiento de opinión y de movilización sobre el terreno en defensa de la vida y de los derechos fundamentales de la persona. En los años 90 lanzamos dos grandes campañas de comunicación, la "Carta de María" y la "Carta de Ana". Dos ancianas que piden públicamente, a través de una carta-llamamiento suscrita por casi un millón de personas, respectivamente, no ir a una residencia –la primera– y poder recibir una hora de tiempo de alguien –la segunda–, una hora de compañía para volver a tener un sitio en la sociedad.

La "Carta de María", por ejemplo, tuvo el mérito de poner de relieve un problema de miles de ancianos, formular una posibilidad de solución, y sobre todo, difundir un movimiento de opinión favorable a la potenciación de los servicios a domicilio como alternativa a la institucionalización indiscriminada.

La "Carta de Ana" , inmediata, simple y directa, es una carta que escribe una anciana –Ana– que está en una residencia para ancianos. No es una carta de denuncia. Ana no se limita a describir o a criticar la situación de los ancianos que están institucionalizados. Ana pide amistad y ayuda para aliviar la soledad de quien está en un centro. Es una petición de compañía y también un ofrecimiento de amistad que destaca la dignidad profunda de los ancianos que viven en un centro. La propuesta de la carta no consiste solo en hacer algo, aunque eso ya es importante, sino sobre todo en la voluntad de romper la soledad de quien está en la residencia y, muchas veces ¡también de quien está fuera!

La carta es una propuesta de amistad para todos. Nace de la convicción que los ancianos, incluso cuando están en una residencia, son un gran recurso ético, humano, civil, solidario y que pueden ser muy útiles. 

Los Jóvenes por la Paz de la Comunidad de Sant'Egidio han secundado la propuesta de esta carta de Ana. Las generaciones más jóvenes muchas veces pierden el sentido de la historia y con este una parte importante de su identidad. Ello se debe, entre otros motivos, a un estilo de vida que ha alejado cada vez más a los jóvenes de los ancianos, impidiendo el diálogo entre generaciones. Los ancianos pueden explicar a los jóvenes su historia, comunican el horror de la guerra y el valor de defender y amar la paz. De estos encuentros han nacido importantes experiencias de amistad, llenas de contenido educativo. Si los ancianos reciben alegría y cariño de los jóvenes, también es cierto que para los jóvenes tener a un amigo anciano suele ser una experiencia que les ayuda a crecer, les hace madurar y comprender el valor de la vida.