La sorpresa de la tregua de Gaza, en la que casi nadie creía, llegó durante el paso de una presidencia norteamericana a otra. Los hombres de Biden lideraron durante meses unas difíciles negociaciones que desembocaron en un proceso muy complejo, dividido en tres fases y con una infinidad de fases intermedias. Todavía no se ha llegado a la paz pero es un frágil inicio que debe contar con todos los apoyos posibles.
Las primeras tres mujeres secuestradas ya han sido liberadas. Los palestinos de la franja demuestran que creen en la tregua e intentan volver a casa, aunque eso en muchos casos significa encontrar solo un montón de escombros. Es evidente que se trata de una situación altamente inestable, en la que puede haber errores en cada paso, con el riesgo de que todo fracase, como por otra parte esperan los halcones de ambos bandos. La operación “Muro de hierro” que el ejército israelí lanzó ayer en Yenín y la invitación de Hamás a reaccionar son buen ejemplo de ello.
Trump, el nuevo presidente de EEUU, ha querido respaldar un acuerdo que no es fruto de su administración e, incluso antes de tomar posesión de su cargo, envió a su representante personal para entrevistarse con el primer ministro israelí Netanyahu. Los israelíes, como no podía ser de otro modo, atendieron el mensaje que llevaba, porque el gobierno israelí no podía tener en su contra a su aliado más importante ya antes de la toma de posesión. Donald Trump intentará mantener viva la esperanza de pasar de la tregua a la negociación propiamente dicha, siguiendo el espíritu de los acuerdos de Abrahán que acercaron una parte importante del mundo árabe a Israel.
Las primeras tres mujeres secuestradas ya han sido liberadas. Los palestinos de la franja demuestran que creen en la tregua e intentan volver a casa, aunque eso en muchos casos significa encontrar solo un montón de escombros. Es evidente que se trata de una situación altamente inestable, en la que puede haber errores en cada paso, con el riesgo de que todo fracase, como por otra parte esperan los halcones de ambos bandos. La operación “Muro de hierro” que el ejército israelí lanzó ayer en Yenín y la invitación de Hamás a reaccionar son buen ejemplo de ello.
Trump, el nuevo presidente de EEUU, ha querido respaldar un acuerdo que no es fruto de su administración e, incluso antes de tomar posesión de su cargo, envió a su representante personal para entrevistarse con el primer ministro israelí Netanyahu. Los israelíes, como no podía ser de otro modo, atendieron el mensaje que llevaba, porque el gobierno israelí no podía tener en su contra a su aliado más importante ya antes de la toma de posesión. Donald Trump intentará mantener viva la esperanza de pasar de la tregua a la negociación propiamente dicha, siguiendo el espíritu de los acuerdos de Abrahán que acercaron una parte importante del mundo árabe a Israel.
Para ir más allá de la tregua es necesario concretar varios factores. Ante todo, que surja un nuevo liderazgo palestino unitario para no dejar que Hamás los represente a todos. Hay al menos unas doce facciones políticas palestinas que todavía nadie ha logrado unificar con éxito. Es posible que la administración Trump lo intente con mejores resultados. En segundo lugar, el presidente tendrá que dar garantías a la actual mayoría de gobierno israelí. La afinidad ideológica es bien conocida pero no es suficiente para mantenerse. Además, no podrá decepcionar a los (más o menos fieles) aliados de EEUU en Oriente Medio, especialmente Arabia Saudita y Turquía. Los primeros afirmaron estar dispuestos a contribuir a la reconstrucción de Gaza y esperan una respuesta. Los segundos están manteniendo estabilidad y moderación en la nueva Siria, un interés que Washington y Jerusalén comparten. Por otra parte, habrá que tranquilizar a los demás aliados, debilitados por varios factores, como Egipto y Jordania, cuya estabilidad siempre está en peligro. Sin duda el debilitamiento del frente chií (Irán y Hezbolá) favorece la presencia americana en la zona y refuerza al mismo Netanyahu.
El instinto de Trump y de su coalición sería el aislacionismo, doctrina que tiene historia en América y de la que el nuevo presidente hace bandera en estos momentos. Lo ha dicho muchas veces y lo repitió al ocupar el cargo: aranceles, producción en el país, consumo local de energía, etc. En su discurso Trump no citó en ningún momento a los aliados europeos ni hizo distinciones: Estados Unidos quiere presentarse al mundo solos, como el país más fuerte.
Sin embargo, la historia ya se está encargando de hacer que salgan de su aislamiento. Muchos esperan que Donald Trump favorezca también la paz en Ucrania, como en Gaza. La segunda liberación de rehenes está prevista para el próximo fin de semana, mientras que de las cárceles israelíes ya han salido un centenar de presos palestinos. Son señales alentadoras. Es cierto que son muy frágiles, pero al menos existen, y pueden ser el punto de partida de algo más duradero para la región. En un mundo caótico, donde hace tiempo que prevalecen la contraposición y el enfrentamiento, la tregua de Gaza es una primera señal que va en dirección contraria.
Sería una irresponsabilidad mirarla con espíritu de resignación. Al contrario, hay que mantenerla y acompañarla con todos los recursos posibles, que la comunidad internacional tiene a su disposición. En primer lugar se lo debemos a las poblaciones que hasta ahora han sufrido enormemente por la guerra, como recordó el papa Francisco en el Ángelus del pasado domingo: «Tanto los israelíes como los palestinos necesitan señales claras de esperanza: espero que las autoridades políticas de ambas partes, con la ayuda de la comunidad internacional, puedan llegar a la solución justa para ambos Estados. Todos pueden decir sí al diálogo, sí a la reconciliación, sí a la paz».
El instinto de Trump y de su coalición sería el aislacionismo, doctrina que tiene historia en América y de la que el nuevo presidente hace bandera en estos momentos. Lo ha dicho muchas veces y lo repitió al ocupar el cargo: aranceles, producción en el país, consumo local de energía, etc. En su discurso Trump no citó en ningún momento a los aliados europeos ni hizo distinciones: Estados Unidos quiere presentarse al mundo solos, como el país más fuerte.
Sin embargo, la historia ya se está encargando de hacer que salgan de su aislamiento. Muchos esperan que Donald Trump favorezca también la paz en Ucrania, como en Gaza. La segunda liberación de rehenes está prevista para el próximo fin de semana, mientras que de las cárceles israelíes ya han salido un centenar de presos palestinos. Son señales alentadoras. Es cierto que son muy frágiles, pero al menos existen, y pueden ser el punto de partida de algo más duradero para la región. En un mundo caótico, donde hace tiempo que prevalecen la contraposición y el enfrentamiento, la tregua de Gaza es una primera señal que va en dirección contraria.
Sería una irresponsabilidad mirarla con espíritu de resignación. Al contrario, hay que mantenerla y acompañarla con todos los recursos posibles, que la comunidad internacional tiene a su disposición. En primer lugar se lo debemos a las poblaciones que hasta ahora han sufrido enormemente por la guerra, como recordó el papa Francisco en el Ángelus del pasado domingo: «Tanto los israelíes como los palestinos necesitan señales claras de esperanza: espero que las autoridades políticas de ambas partes, con la ayuda de la comunidad internacional, puedan llegar a la solución justa para ambos Estados. Todos pueden decir sí al diálogo, sí a la reconciliación, sí a la paz».
22 de enero de 2025
[Marco Impagliazzo]
[Traducción de la redacción]