París escucha con gran interés el encuentro internacional por la paz. Gran participación en las mesas redondas de la mañana con las salas llenas. Muchos jóvenes que no ceden a la resignación, sino que buscan las palabras de la esperanza y de la convivencia en un mundo en guerra y amenazado por la crisis climática.
En los encuentros de la mañana se habla de la búsqueda de un humanismo para el futuro, de construir una política que aborde las migraciones a través de la acogida, de la solidaridad con los pobres que construye la paz, y de la democracia, que está a prueba. También ha habido una mirada profunda al Mediterráneo y a África.
Los ponentes han señalado el nuevo desafío para el futuro de Europa: construirlo sin esperar nuevas crisis y sin limitarse a pequeños pasos. Es un desafío que se plantea hoy, cuando se prefiere escuchar y seguir “los gritos de un comandante de locos”, antes que “las palabras comedidas de los sabios”. Pero el desafío de la democracia en nuestro tiempo es permitir que la voz de los sin voz, la voz de un hombre pobre pero sabio, pueda ser escuchada y tener un valor. Así el Mediterráneo –cuna de la civilización– debe concebirse como cuna de la paz.
Emerge un mensaje común: es responsabilidad de cada uno de nosotros. Todos podemos contribuir a hacer realidad estas visiones, no solo imaginando la paz sino también trabajando activamente para el diálogo a través del diálogo, la formación y gestos de compasión. Por ejemplo, cada uno debe preguntarse por su relación con los migrantes, con los extranjeros, y por las razones por las que pueden surgir inquietudes: no pensemos en ellos en plural, como un conjunto indiferenciado; más bien, empecemos a considerarlos como personas.
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