Una reflexión tras el ataque a la iglesia de Santa María de Estambul
El asesinato de un turco a manos de dos hombres, que entraron durante la misa a la iglesia católica de Santa María del suburbio de Buyukdere, en Estambul, hace temer por la seguridad de las minorías religiosas en Turquía. La grabación de las cámaras de seguridad muestra a dos hombres armados enmascarados que amenazan a los pocos fieles y que atacan a uno que había entrado antes que ellos. Empiezan a disparar y los fieles se echan al suelo. Querían provocar una matanza en la iglesia tras dar muerte primero a aquel hombre.
Para el vicario de Estambul, monseñor Palinuro, personalidad de gran equilibrio y conocedor de la cultura turca, se trató de «un ataque de matriz religiosa, una motivación de intolerancia religiosa». Es un ataque organizado para matar en la iglesia, en una pequeña iglesia del siglo XIX, atrapada entre paredes y casas, como son siempre los lugares de oración no musulmanes de Turquía, que nunca dan a la calle. El incidente sorprende porque el tiempo de la violencia religiosa parecía haber pasado ya.
En Estambul, en la central Istiklal Caddesi (la Grand Rue de Pera de la época otomana y cosmopolita), entre las tiendas hay una de la Bible Society, que vende abiertamente textos bíblicos y cristianos. En octubre de 2023 se inauguró en Estambul la iglesia de los siroortodoxos. El acto, muy mediático, es único: desde que se creó la República turca en 1923 nunca se había construido una iglesia en el país. Las iglesias son restos del pasado, antes de 1914-1918, cuando los cristianos eran minoría pero numerosos. El presidente Erdogán asistió a la inauguración de la iglesia siroortodoxa junto con los líderes cristianos, y habló del valor de la paz religiosa.
El atentado de Santa María es una señal preocupante, precisamente en Estambul, megalópolis tolerante, donde los cristianos suelen vivir en calma, los religiosos no realizan ninguna acción de proselitismo y las iglesias ejercen una cierta atracción solo en un pequeñísimo número de turcos. El asesinato agita a los cristianos. Sobre ellos pesa el recuerdo de las matanzas contra las comunidades históricas durante la I Guerra Mundial para hacer limpieza étnica: armenios, siriacos, caldeos y griegos.
Los fantasmas del pasado ya habían reaparecido a principios del siglo XXI. En 2006, en la iglesia católica de Trebisonda, asesinaron al sacerdote romano Andrea Santoro. En 2007 dieron muerte a tiros a un periodista armenio, Hrant Dink, que era fundador del periódico Agos, un periódico que trabajaba por la reconciliación entre turcos y armenios pero que denunciaba el genocidio armenio durante la I Guerra Mundial. Aquel mismo año, en Malatya, fueron degollados tres protestantes (dos turcos y un alemán) que trabajaban para una pequeña editorial bíblica. Se habló de una misma mano tras aquellos asesinatos: la de Ergenekon, un grupo ultranacionalista vinculado a los militares. En 2010 fue asesinado el obispo de Anatolia Luigi Padovese, tras unos hechos que no se han esclarecido.
¿Qué podría haber reavivado el odio religioso? Actualmente la presencia cristiana es exigua: 120.000 personas de varias Iglesias (21.000 católicos y 50.000 armenios), el 0,2% de los turcos. Pero el país se halla en una encrucijada importante por los intercambios interreligiosos y el recuerdo histórico cristiano. En este sentido trabaja el patriarca grecoortodoxo Bartolomé, primer líder de la ortodoxia, a pesar de los pocos griegos que quedan en Turquía. Ha influido en la crisis religiosa de Ucrania. Existe otro elemento que puede haber atizado las hostilidades: la cuestión de Gaza, donde Turquía se alinea con Hamás y Estambul luce numerosas banderas palestinas en señal de solidaridad.
Los lugares judíos de la ciudad están blindados. En el Fanar (antiguo barrio griego) vi un mural en el que Israel, Estados Unidos y Europa chupan la sangre de Palestina. En el juego de simplificación del «odio global» identificar a los cristianos turcos con los europeos o los norteamericanos es tan fácil como absurdo. No sería la primera vez que se hace.
En un mundo marcado por las guerras crece el odio hacia el que, absurdamente, es considerado una avanzadilla del enemigo, aunque no sea más que una pequeña iglesia con pocos fieles. Los cristianos no están tranquilos. En Turquía vi que, a veces, miran con preocupación hacia la puerta de la iglesia para ver quién entra. Y es que en algunos lugares del mundo ir a misa el domingo es un peligro.
[Andrea Riccardi]
[Traducción de la redacción]