54 aniversario de la Comunidad de Sant’Egidio. Meditación de Marco Impagliazzo sobre Nehemías 8,1-12

Oración por la fiesta de la comunidad 2022

Nehemías 8,1-12
Hicieron fiesta aquel día en Jerusalén, hacia mediados del siglo V a. C., cuando el pueblo «como un solo hombre» se reunió en la plaza frente a la puerta del Agua que llevaba al Templo . El Libro de la Ley de Moisés, es decir, la Palabra de Dios, volvía a estar entre la gente, ante la asamblea «de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón». Una gran fiesta, de todos, llena de gratitud porque el Libro, que nunca se había perdido, volvía a estar en presencia de todo el pueblo. Habían pasado el tiempo del exilio y su correspondiente dispersión, cuando la asamblea no se reunía. La Palabra existía pero no era para todos, no se leía ni se comentaba en la asamblea. Ya no estaban acostumbrados a escucharla juntos, como pueblo. Aquel día fue de gratitud y asombro. Finalmente se reunía el pueblo. La Palabra hace la unidad del pueblo. Y de aquella unidad surgió una respuesta común: amén, amén. Es la aclamación del pueblo que dice: ¡es verdad! De esta manera, reconoce aquella palabra como verdad para su vida.

Hacemos fiesta hoy en Santa María de Trastevere y en cada una de nuestras comunidades mientras celebramos el aniversario de su nacimiento, el 7 de febrero de 1968. En un día de invierno, una pequeña comunidad se reunía con Andrea para escuchar la Palabra del Señor y su explicación: la palabra pedía pasar de la soledad a la amistad. Y en aquella amistad tenían que estar los pobres. Aquella palabra tocaba el corazón, o como dijeron los discípulos de Emaús, hacía que su corazón ardiera. Por la gracia del Espíritu Santo, aquella Palabra ya era para todos nosotros, no se detuvo en los límites de una pequeña Comunidad, de una pequeña realidad . «No todo estaba claro al principio... pero todo estaba en la Palabra del Señor», escribió Andrea sobre los inicios de la Comunidad, y añadió: «Sant'Egidio es hoy más Sant'Egidio que ayer... la Comunidad está un poco más arraigada en la historia y un poco más sumida en la palabra de Dios». Sí, porque la Palabra salió de las fronteras y tocó el corazón de un gran pueblo formado por personas de edades, orígenes, descendencias, culturas y tradiciones diferentes. Aquella palabra ha hecho de muchas personas, diferentes y dispersas, un solo pueblo reunido «como un solo hombre», como en Jerusalén.

Hacía poco que había terminado el Concilio Vaticano II. La Palabra de Dios volvía a estar en manos del pueblo que ahora podía experimentar su fuerza porque, como dice Gregorio Magno, «la palabra de Dios crece con quien la lee. Más entiende cuanto más atención presta a lo que lee. Si uno no se eleva a sí mismo, tampoco se elevan las Escrituras. Por el contrario, si el hombre busca en la palabra de Dios lo que le hace vivir bien y da un paso con el corazón, la comprensión de las Escrituras también será mayor».

El libro de Nehemías nos dice que los levitas explicaban el significado de la Palabra y ayudaban a comprender la lectura. Los levitas eran un grupo de laicos, no sacerdotes, que comunicaban la Palabra de Dios a todos. ¿Qué son hoy nuestras Comunidades de Sant'Egidio, hermanos y hermanas, si no esto en todo el mundo? Levitas, laicos, que comunican la Palabra de Dios al pueblo y dicen: «No estéis tristes: la alegría del Señor es vuestra fortaleza».
La Palabra de Dios pone en nosotros el gozo del Señor que nos da fuerza. Aquella fuerza que nos falta cuando estamos solos, centrados en nosotros mismos, dispersos. La Palabra de Dios nos reúne en un pueblo en el que nadie es excluido, porque la Palabra es para todos. La Palabra de Dios nos da fuerza porque es una luz que ilumina nuestros pasos y nos guía por un buen camino. La Palabra de Dios nos dice que a Jesús lo encontramos en los pobres, en los que están solos, en los que no tienen qué comer ni con qué vestirse, en los que están en la cárcel, en los que están enfermos. Es la garantía de nuestra amistad con los pobres.  La Palabra nos dice que el primer y más grande mandamiento es el del amor y a nosotros que no sabemos cómo amar nos enseña a amar cada día y así la vida cambia.
Dice también Gregorio Magno: «Amando aprenden lo que enseñando comunican». La Palabra de Dios se entiende mejor cuando se comunica a los demás con pasión. Sí, comprendemos mejor la Palabra de Dios juntos: «muchas cosas de la Escritura que no comprendía solo las comprendí poniéndome ante mis hermanos».

Por eso hoy hacemos fiesta: desde aquel 7 de febrero y en todos los momentos y lugares en los que la Palabra de Dios ha resonado entre los hermanos, aunque solo sean dos o tres, la Palabra ha sido entendida y puesta en práctica. Sí, solo poniéndome ante mis hermanos entiendo lo que el Señor me pide. En estos años, pues, una cosa nos ha quedado clara: hermanos y hermanas no son solo aquellos a los que conozco o con los que voy habitualmente, son todos. Esta es la perspectiva de este aniversario: todos hermanos.

Dice Nehemías: «toda la gente se fue a comer y beber, a repartir raciones y hacer gran festejo, porque habían comprendido las palabras que les habían enseñado». Es el sentido de una fiesta llena de alegría, en la que todos reciben de comer. Es la verdadera fiesta que el Señor quiere: allí donde se entiende la Palabra, hay una gran alegría y el pan se reparte a todos, sin excluir a nadie. Esta es la fiesta de nuestra comunidad hoy: alegría y gratitud por haber recibido y entendido la Palabra de Dios en un pueblo y por haber aprendido que todos son nuestros hermanos con quienes compartir el pan de la amistad y el don.
Oremos hoy, de manera especial, para que la Comunidad esté protegida de todo mal.