Buenas tardes
La fiesta de hoy tiene un carácter más bien sobrio respecto de años anteriores, por evidentes motivos asociados a la pandemia. Pero eso no significa que tenga menos valor y menos profundidad. ¡En absoluto! Ante todo porque estamos en la Basílica de Santa María de Trastevere, que Juan Pablo II nos confió, la sala hermosa de la Comunidad –como la definimos hace tiempo–, la iglesia a la que todas nuestras Comunidades del mundo miran como corazón de la oración común. Pero también es la sala hermosa de la comida de Navidad con los pobres. Aquella comida de Navidad que empezó aquí y luego se expandió por todo el mundo.
Lugar de la oración y del encuentro con los pobres. El hecho de que presida esta liturgia el cardenal Matteo hace que nuestra alegría sea aún mayor, porque todos lo sentimos como un hermano que el Señor ha llamado a formar parte del Colegio de cardenales que ayuda al papa en su misión. Como nos dijo el pasado 1 de septiembre: "Eminente es la Comunidad, lo que tengo es por el amor que he recibido y todos somos titulares de esta casa que nos une al obispo de Roma y a su Iglesia que preside". Me sumo también a sus palabras, cuando dijo: "Demos gracias a la Comunidad porque nos ha cambiado la vida y después de tantos años y tantas resistencias, no deja de hacerlo. En la pequeña semilla del inicio había oculto un árbol grande que Andrea vio incluso cuando parecía imposible, porque creyó que la Palabra es eficaz y le damos las gracias de todo corazón".
Es un punto más a destacar de esta fiesta: gracias, Andrea, de todo corazón por lo que inspiras cada día en la vida de la Comunidad y en el camino de cada uno de nosotros, haciendo que nos sintamos cercanos y que seamos prójimos sin ninguna distancia geográfica, cultural, nacional o étnica. Un solo pueblo, una sola vocación. Un solo corazón y una sola alma.
Queridos amigos, la alegría de hoy es profunda y compartida. Que nadie se sienta periférico o pequeño. Ante todo, recibid el saludo y la felicitación más cariñosa allí donde estéis conectados. Recordamos especialmente a quien nos ha dejado durante este año. Hemos comprendido el gran valor que tiene la vida de cada persona. Un cariñoso saludo a quien está enfermo. Estamos con vosotros y os amamos. El Señor nos ama y nos llena de sus dones. Quisiera mencionar tres en particular: la Palabra de Dios que este año ha resonado con más fuerza incluso a distancia, en vista de la situación, y que nos ha guiado a vivir con sabiduría y cercanía en este tiempo de pandemia. El Señor ha hablado y no nos ha dejado solos con nuestros miedos, sino que nos ha llamado una vez más a salir por los caminos del mundo.
Los pobres, nuestros compañeros de camino y nuestros maestros, han enriquecido nuestra pobre humanidad; con ellos hemos visto abrirse caminos de libertad y de renacimiento entre quien sirve y quien es servido. La amistad en la Comunidad nunca falta porque el Señor dijo 'ya no os llamo siervos sino amigos', y esta palabra se carga cada día con nuevos significados que cada uno conoce personalmente. La victoria –decía un sabio obispo oriental– está en la amistad. Si queremos seguir derrotando el mal que se manifiesta cada día de maneras diferentes –y la pandemia es una de ellas, no la última–, tenemos que invertir mucho en amistad. Con todos. Porque nadie –como nos recuerda el papa Francisco– se salva solo, sino que nos salvaremos solo juntos.