Han pasado 27 años desde el 4 de octubre de 1992, fiesta de San Francisco. Aquel dia, en Roma, el presidente mozambiqueño y secretario del FreLiMo Joaquim Chissano, junto con Afonso Dhlakama, líder de la ReNaMo (la guerrilla que luchaba desde la independencia contra el gobierno de Maputo), firmaron un Acuerdo General de Paz que acababa con 17 años de guerra civil (centenares de miles de fallecidos, 3-4 millones de desplazados internos y refugiados en los países colindantes).
En esa firma se concluía un largo proceso de negociación, que duró un año y algunos meses, y que fue tirado adelante en la sede de la Comunidad de Sant’Egidio, en locales no muy grandes pero acogedores, en un jardín donde colgaban algunos bananeros que recordaban a África y un gran olivo que nos recuerda que siempre se puede volver a recomenzar a colaborar, incluso después del diluvio de fuego de la contraposición armada.
Allí, en Trastevere, algunos miembros de la Comunidad (el fundador, Andrea Riccardi, y un sacerdote, Matteo Zuppi, hoy arzobispo de Bolonia), junto a un obispo mozambiqueño (Jaime Gonçalves, de Beira, que falleció recientemente) y un “facilitador” como solía llamarlo el Gobierno italiano (Mario Raffaelli), tejieron pacientemente un diálogo entre quién se estaba combatiendo en nombre de la ideología y el poder. Marcaron desde el inicio un cuadro de negociación basado en en la unidad del pueblo mozambiqueño, en la búsqueda de lo que les unía, en vez de poner atención solo a lo que los dividía.
Con el Acuerdo General de Paz se estableció el depósito de todas las armas de la guerrilla a las fuerzas de la ONU, la integración de les ex-combatientes al ejército regular, los procedimientos para desminar el territorio y de pacificación de las zonas rurales. Una serie de pasos destinados a transformar el enfrentamiento armado entre las partes en un diálogo fundado sobre las reglas constitucionales y democráticas. Las elecciones de 1994, las primeras verdaderamente libres en la excolonia portuguesa, fueron el colofón para asegurar que el proceso de negociación había ido bien, y dieron a Mozambique una nueva estación donde la paz fue la protagonista después de muchos años de conflicto.
La paz ha sido el detonador de un proceso de normalización de la situación y de crecimiento económico y social. Un camino no simple ni lineal, pero de gran éxito. Un ejemplo de cómo un país puede cargar en las espaldas las grandes dificultades y sufrimientos de una larga guerra civil, para afrontar los nuevos retos complejos, pero en realidad siempre más gestionables, de la economía, las relaciones internacionales en un mundo globalizado, la diversificación social, o la conciencia civil.
La historia de estos decenios después de la guerra se ha caracterizado por una dialéctica áspera, y con momentos puntuales de conflictividad – puesto que entre 2013 y 2014 Dhlakama, sintiéndose poco seguro, encontró de nuevo un bastión contra el Gobierno desde los bosques, y obligó la comunidad internacional a hacer un nuevo esfuerzo de mediación – sobretodo a causa del miedo vivido en el partido gobernante por una posible alternancia política, incluso a nivel local, que según ellos podría minar el país de nuevo.
También ha habido la aceptación por parte de los presidentes sucesivos en Maputo de las normas constitucionales: después de ganar las elecciones de 1999, Chissano dejó de solicitar un tercer mandato; su sucesor, Armando Guebuza, ganador en las rondas de 2004 y 2009, también se retiró al final del segundo mandato, dejando el cargo al actual presidente, Filipe Nyuzi.
Mientras tanto, el joven país ha curado sus heridas de forma gradual, reconstituyendo la red de infraestructuras y comunicaciones, y fortaleciendo (con todos los límites del contexto subsahariano) los sistemas de educación y salud. En algunos campos, incluso se ha alcanzado la excelencia reconocida. Por ejemplo en febrero de 2002, cuando se abrió el primer centro DREAM para la terapia antirretroviral en África, el centro de Machava, en un suburbio de Maputo. Un centro de salud administrado por Sant’Egidio, pero no privado, sinó conectado con la salud pública y, por lo tanto, capaz de garantizar de forma gratuita a cualquier persona aquellos medicamentos que ya salvaron antes la vida de muchas personas VIH positivas en Occidente. El derecho a la terapia, un derecho que a menudo es violado y rechazado, fue reconocido en Mozambique antes que en muchos otros países del continente. El programa DREAM se ha extendido por todo el país desde entonces: las madres y los niños libres de SIDA son hoy un signo de esperanza y resurrección.
Sant'Egidio se ha mantenido cerca de Mozambique durante todos estos años para vencer, a parte de la guerra, la paz. Una generación que no ha conocido la guerra ha crecido en las Escuelas de Paz que Sant'Egidio ha abierto en docenas de ciudades. Un grande movimiento de Jóvenes por la Paz se ha extendido a escuelas y universidades, difundiendo una cultura de solidaridad y gratuidad, requisitos previos para una sociedad pluralista y pacífica. Además, a través del programa BRAVO, Sant'Egidio ha permitido que decenas de miles de niños mozambiqueños se registren en la oficina de registro, separándolos de la invisibilidad y protegiendo sus derechos.
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