Una delegación de Sant'Egidio participa estos días en el Congreso Internacional "Human Fraternity" organizado en Abu Dabi por el Consejo Islámico de Ancianos, con el que la Comunidad colabora desde hace tiempo para el desarrollo de las relaciones de diálogo entre islam y cristianismo.
Participan en el congreso unos 700 líderes religiosos e interviene también el papa Francisco, en la que es la primera e histórica visita de un pontífice a la península arábiga.
Esta mañana, Marco Impagliazzo, presidente de la comunidad de Sant'Egidio, ha intervenido en la sesión inaugural. En su discurso ha destacado la importancia de que las religiones cultiven el arte del diálogo y sean laboratorios de humanidad.
A continuación reproducimos la versión en español del texto íntegro de su intervención (para la versión en inglés, haz clic AQUÍ)
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Intervención de Marco Impagliazzo
Presidente de la Comunidad de Sant'Egidio
Global Conference of Human Fraternity
Doy las gracias en nombre de la Comunidad de Sant’Egidio al Consejo Islámico de Ancianos, a su presidente, su Excelencia el jeque Ahmed al Tayyb y a su secretario general, su Excelencia Dr. Sultan Faisal al-Rumaithi por la invitación a participar en este histórico congreso sobre la "Fraternidad humana". Estoy aquí, con una delegación de Roma, como hijo de una historia de diálogo, de encuentro y de construcción de la paz que tiene ya 50 años, la historia de la Comunidad de Sant’Egidio, una comunidad cristiana de la Iglesia católica fundada por Andrea Riccardi en 1968. En esta trayectoria ya dilatada de una Comunidad difundida en 70 países del mundo, ha habido muchos momentos vividos para el diálogo entre hombres y mujeres de religiones distintas, de encuentro de intercambio para favorecer la paz en el mundo. Es una historia que se cruzó con el Consejo Islámico de Ancianos y con un hombre visionario, de diálogo y de paz: el jeque Al-Tayyb. Con él y los Ancianos hemos organizado los coloquios entre Oriente Y Occidente y con él y muchos amigos aquí presentes compartimos los encuentros en el Espíritu de Asís que impulsó en 1986 el papa Juan Pablo II. Estamos aquí en una jornada histórica por la presencia del papa Francisco en los Emiratos. Sentimos la fuerza espiritual de estos días y la consagración de un camino de diálogo entre cristianos y musulmanes que en los últimos sesenta años ha visto grandes novedades. Y hoy no miramos solo la historia del pasado, con todo el bien que nos ha traído en el camino del diálogo y de la hermandad humana, sino que estamos aquí para mirar al futuro.
Un gran conocedor del mundo, el viajante polaco Kapuscinski, que conoció mundos distintos, escribió: "Cada vez que el hombre se ha encontrado con el otro, ha tenido ante sí tres posibilidades: hacerle la guerra, aislarse tras un muro o establecer un diálogo". Por eso hay que fomentar siempre el arte del diálogo para consolidar el sentimiento del destino común, camino y base de la paz y de la convivencia. El arte del diálogo significa hablar de manera verdadera y pacífica, se alimenta de encuentros; no es agredirse utilizando las palabras como armas: acerca, respeta y pone de manifiesto lo que hay en común. El arte del diálogo –escribe el gran sociólogo Bauman– es "algo con lo que la humanidad debe confrontarse más que con cualquier otra cosa, porque la alternativa es demasiado horrible...". ¡La alternativa es la guerra o un mundo oscuro de odio! En nuestro mundo todavía hay muchos lugares de sufrimiento a causa de las guerras, del terrorismo y de la violencia. ¡Hay que volver a vigilar!
Con el diálogo se recomponen los fragmentos del mundo, átomos peligrosos y puentes rotos. El hombre religioso es aquel que dialoga. Las religiones, en su sabiduría milenaria, bruñidas por la oración y por el contacto con el sufrimiento de los hombres, son laboratorios de humanidad. Son organismos vivos: recogen y escuchan las ansias del hombre y de la mujer. No ideologías, sino comunidades radicadas en las tierras, cercanas al dolor, a la alegría y al sudor de las personas, capaces de acoger su aliento. He visto la oración de muchos desesperados en lugares de dolor o en los viajes terribles de los refugiados.
Andrea Riccardi, hablando en el reciente encuentro interreligioso de Bolonia, decía que "Desde el fondo de su tradición, por caminos distintos, las religiones educan al diálogo como trascendencia de uno mismo en la oración que se abre al encuentro: aun así, los nuevos fundamentalismos quieren vaciar a las religiones del lazo profundo y estratificado con la cultura, quitar la cultura milenaria de las que son portadoras para reducirlas a armas contundentes o a ideologías. Las religiones, en cambio, son también culturas estratificadas de pueblos: luchan contra la ignorancia –incluso cuando la quieren presentar como santa–, contra las simplificaciones fanáticas, y recuerdan la común humanidad que quiere Dios".
Es tarea de las religiones hacer que se conozca el amor que irradia luz y vida, que hace recobrar las ganas de paz, de hospitalidad, de bien. No somos pesimistas. Existen energías humanas y espirituales para un mundo mejor. Para vencer la guerra. Para hacer realidad un mundo más fraterno. Para que crezca la amistad. Las religiones lo recuerdan a una humanidad desmemoriada y asustada. Y con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad, demuestran que la paz siempre es posible. Esta es una fuerte convicción y una gran esperanza que nos permite mirar también hacia los horizontes oscuros y belicosos. Siempre es posible la paz. Hay que buscarla sin miedo. Además, Dios no abandona al mundo al mal y a la lógica de la violencia, sino que viene en auxilio de nuestra oración y multiplica nuestros esfuerzos de paz.
"Las religiones, hoy más que en el pasado, tienen que comprender su responsabilidad de trabajar por la unidad de la familia humana", decía Juan Pablo II. Religiones y culturas pueden impulsar esta conciencia vital, que todos tenemos que difundir, en la predicación y en la educación. No es una idea académica, sino que es algo sencillo como la fe.
Encuentros como este demuestran que el futuro vive en el lazo entre los humildes buscadores de paz, allí donde se pueda alcanzar; que la paz es posible y está en lo más hondo de cada religión, porque es el hermoso nombre de Dios.
No nos podemos doblegar al realismo rápido de las noticias, a veces falsas o malas, dejando que nos domine el pesimismo, la emotividad o el sentimiento de ser irrelevantes ante una confusión o ante un mal opresores. El pesimismo es un consejero de muerte. El hombre y la mujer de oración saben que el mundo no está en manos del mal, sino que será liberado porque Dios no lo ha abandonado. Construir puentes de paz, incluso cuando encontramos corrientes en contra, no resignarse cuando encontramos muros y precipicios, significa creer que mucho, que todo puede cambiar.
Quisiera terminar con las palabras del papa Francisco en el treinta aniversario de Asís:
"Nosotros, aquí, juntos y en paz, creemos en un mundo fraterno... Nuestro futuro es convivir. Por eso estamos llamados a librarnos de los pesados fardos de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz en la invocación a Dios y en la acción por el hombre. Y de nosotros, en cuanto jefes religiosos, se espera que seamos firmes puentes de diálogo, mediadores creativos de paz".
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