Luigi Cangiano, al que llamaban Gigi, era uno de los niños que a principios de los años 80 venía a la Escuela de la Paz de la Comunidad de Sant’Egidio del barrio de Poggioreale, en Nápoles.
Era muy delgado y aparentaba menos años de los que tenía. Después de suspender dos veces en tercer curso de primaria había abandonado la escuela y ayudaba a su madre, que para mantener a la familia trabajaba como vendedora ambulante. No sabía ni leer ni escribir. Por aquel entonces entre los niños napolitanos, muchos de los cuales vivían desatendidos, había un alto índice de abandono escolar. La situación empeoró aún más con el terremoto de 1980.
La Comunidad de Sant’Egidio empezó a hacer clases de repaso en el barrio en la llamada Escuela Popular (que más tarde pasó a llamarse Escuela de la Paz). Gigi, que no iba a la escuela, se sintió atraído por aquel trajín de estudiantes y de niños. Al principio se quedaba fuera, esperando que alguien reparase en él, y para hacerse notar saltaba la valla y llamaba a la puerta de hierro para entrar. Así nació una amistad y Gigi empezó a ir a la Escuela Popular, mientras esperaba matricularse en el colegio al curso siguiente. La Escuela Popular fue para él un gran descubrimiento y un lugar de cariño y de paz. A Gigi le encantaba ir, y allí aprendía a leer y a escribir.
Finalmente, en septiembre de 1983 Gigi reanudó los estudios en el colegio.
Pero no duró mucho, por desgracia. El 15 de diciembre de 1983 Gigi ya no llamó a nuestra puerta. Eran las nueve de la noche cuando el niño, que volvía a casa después de haber comprado unos caramelos en un tenderete, fue víctima inocente de una bala perdida durante un tiroteo entre policías de paisano y traficantes de droga, en los años de la despiadada guerra entre bandas de la Camorra por el control del mercado de droga y de otras actividades ilícitas. La muerte de Gigi es una herida que no se ha cerrado. Sigue sangrando cada vez que una mano violenta trunca otras jóvenes vidas. Una masacre de inocentes en la que Herodes tiene el nombre y el semblante de aquellos que en muchos lugares de conflicto y de guerras siguen robando años de vida a muchos niños.
La muerte de Gigi fue un motivo para reforzar el amor por los niños, víctimas de la violencia ciega de manera indiscriminada, sobre todo en los barrios pobres.
Desde entonces no olvidamos a Gigi. Su vida ha hecho crecer los sueños de la Escuela de la Paz, y ha reforzado sus intenciones. Desde entonces la Escuela de la Paz intenta encontrar una respuesta sentando las bases de un mundo más humano, donde no se repita la inhumanidad de morir a 10 años por un disparo.