El 4 de octubre de 1992, festividad de san Francisco, en Roma, el presidente mozambiqueño y secretario del FRELIMO, Joaquim Chissano, y Afonso Dhlakama, líder de la RENAMO, la guerrilla que luchaba desde la independencia contra el Gobierno de Maputo, firmaban un Acuerdo General de Paz que ponía fin a 17 años de guerra civil (cientos de miles de muertos, 3-4 millones de desplazados internos y refugiados en los países limítrofes).
La firma ponía fin a un largo proceso de negociación, que duró un año y algunos meses, y que se llevó a cabo en la sede de la Comunidad de Sant’Egidio, en locales no grandes, pero acogedores, en un jardín donde destacaban bananos, que remiten a África, y un gran olivo que nos recuerda que se puede volver a colaborar tras el diluvio de fuego del enfrentamiento armado. Allí, en Trastévere, algunos miembros de la Comunidad (el fundador, Andrea Riccardi, y un sacerdote, Matteo Zuppi, hoy arzobispo de Bolonia), un obispo mozambiqueño (Jaime Gonçalves, ordinario de Beira, recientemente desaparecido) y un "facilitador" representante del Gobierno italiano (Mario Raffaelli), tejieron pacientemente un diálogo entre los que luchaban en nombre de la ideología y del poder. Crearon un marco negociador sobre las bases de la unidad del pueblo mozambiqueño para buscar lo que une y no lo que divide.
Con el Acuerdo General de Paz se establecía la entrega de las armas de la guerrilla a las fuerzas de la ONU, la integración de los excombatientes en el ejército regular, los procedimientos de eliminación de minas y de pacificación de las zonas rurales, una serie de prácticas destinadas a transformar el enfrentamiento armado entre las partes en una competición basada en las reglas constitucionales y democráticas. Las elecciones de 1994, las primeras realmente libres en la excolonia portuguesa, sancionaron el éxito de todo el proceso negociador y dejaron a Mozambique en una nueva etapa, formada ante todo por paz.
La paz puso en movimiento un proceso de normalización de la situación y de crecimiento económico y social. Un camino no sencillo y no lineal, pero también una gran historia de éxito, un ejemplo de cómo un Estado puede dejar atrás las gigantescas dificultades y sufrimientos de una guerra civil, para hacer frente a los desafíos siempre complejos, pero menores y más gestionables, como los de la economía, las relaciones internacionales en el mundo globalizado, la diversificación social o el refuerzo de una conciencia global.
La historia de estas décadas de posguerra se ha caracterizado, sí, por una dialéctica política áspera, y con momentos de abierto conflicto (entre 2013 y 2014 Dhlakama, al sentir que no tenía garantías, volvió a la selva y obligó a la comunidad internacional a un nuevo esfuerzo mediador), así como de miedo que sentía el partido del Gobierno a una alternancia democrática, incluso a nivel local, como si esta pudiera menoscabar la unidad del país. Pero también se ha caracterizado por la aceptación por parte de los presidentes que se han sucedido en Maputo de las reglas constitucionales: después de ganar las elecciones de 1999 Chissano renunció a ser candidato a un tercer mandato; su sucesor, Armando Guebuza, vencedor en los comicios de 2004 y de 2009, también se retiró al finalizar el segundo mandato, dejando el cargo al presidente actual, Felipe Nyuzi.
Mientras tanto el joven país ha ido curando sus heridas, reconstruyendo la rede de infraestructuras y de comunicaciones, reforzando, con todos los límites del contexto subsahariano, los sistemas escolar y sanitario. En algunos ámbitos se ha alcanzado incluso una excelencia continental. Como por ejemplo cuando, en febrero de 2002 se abrió el primer centro DREAM para la terapia antirretroviral en África, el de Machava, en la periferia de Maputo. Un centro de salud gestionado por Sant'Egidio, pero no privado, asociado a la sanidad pública, y por tanto, que puede ofrecer gratuitamente a quien lo necesite los fármacos que en Occidente salvan las vidas de muchos seropositivos. El derecho a la terapia, un derecho que muchas veces es violado y desatendido, se reconocía en Mozambique antes que en muchos otros países del continente. El programa DREAM se ha extendido desde entonces por todo el territorio nacional; madres y niños sin el sida hoy son un signo de esperanza y de resurrección.
Sant'Egidio ha estado cerca de Mozambique en todos estos años, para ganar, después de la guerra, también la paz. Una generación que no ha conocido la guerra ha crecido en las Escuelas de la Paz que Sant'Egidio ha abierto en docenas de ciudades. Un amplio movimiento de Jóvenes por la Paz se ha difundido por las escuelas y las universidades, propagando una cultura de la solidaridad y de la gratuidad, premisas para una sociedad pluralista y pacífica. Además, a través del programa BRAVO Sant'Egidio ha logrado que decenas de miles de niños mozambiqueños fueran inscritos en el registro civil, salvándoles así de la invisibilidad y protegiendo sus derechos.
Desde un punto de vista económico-social, en 25 años ha cambiado todo. El FRELIMO ha abandonado la ideología marxista del inicio y se ha transformado en un firme partidario del libre mercado. Quizás demasiado, ya que ha sido tildado de alumno modélico del Fondo Monetario Internacional. El partido que había llevado al país a sumarse al Comecon, la organización económica de los países comunistas que miraban a Moscú, ha terminado por aprobar un plan de privatizaciones de los más extendidos y radicales, y ha logrado obtener resultados macroeconómicos importantes.
La nomenklatura de ayer se ha transformado rápidamente en una burguesía emprendedora. Un fenómeno que se reforzó en los años dos mil, el del crecimiento del PIB a ritmo "chino", ha permitido la aparición en varias grandes ciudades –evidentemente Maputo, pero también Nampula, la capital económica del norte– de una nueva y no insignificante clase media urbana. Con las ventajas y los inconvenientes que todo ello conlleva. Las ciudades se han convertido en los lugares de las mil oportunidades, el tráfico que se ve a todas horas por las calles de Maputo es de vehículos de gran cilindrada. Pero también es cierto, por otra parte, que han crecido las desigualdades, así como la corrupción, mientras que el comunitarismo de los "días de la independencia" ha dejado espacio para una competencia de índole a veces feroz.
Cuando firmaron la paz en Roma los líderes mozambiqueños heredaban un país agonizante por treinta años de guerra, primero colonial y luego civil. Mozambique era uno de los países más pobres del planeta, a pesar de que su vasto territorio fuera potencialmente rico en recursos y oportunidades económicas: enormes reservas de carbón, pero sobre todo de gas natural y probablemente de petróleo, además de oro y diamantes. Con la liberalización de la economía los inversores se apresuraron a hacerse con las actividades privatizadas, a operar en el sector energético y minero, a lanzar proyectos turísticos en las costas mozambiqueñas. Gracias a ellos el país se ha convertido en uno de los denominados "leones africanos", uno de los países subsaharianos con un crecimiento más firme y rápido.
Un proceso tan rápido también ha mostrado sus límites, y también ha puesto de manifiesto la "maldición de las materias primas". El modelo de desarrollo no ha resultado ser suficientemente inclusivo, ha aumentado el número de personas acomodadas, pero también el de marginados. Y los grandes proyectos de inversión asociados especialmente a la explotación del subsuelo y de las materias en alta mar no han tenido repercusiones en el empleo a la altura de las expectativas, y aún menos después de la caída de los precios de las materias primas. Así, hoy Mozambique afronta la reducción de reservas de moneda internacional, la caída del metical, la moneda nacional, y el aumento de la deuda pública.
Pero esos son, precisamente, los problemas de la paz. ¿Qué país no los tiene? Con todas sus dificultades, en un mundo que vive una tercera guerra mundial a trozos, aquel país alargado de la costa del Océano Índico no forma parte del mosaico. Así pues, ¡buenas bodas de plata con la paz, querido Mozambique, y mil días más así!
Actualizado a 4 de octubre de 2017