La nueva seducción yihadista. Andrea Riccardi escribe en Il Corriere della Sera

Crece el número de jóvenes africanos fascinados por la revuelta contra el status quo. Un desafío a los gobiernos y a Europa

El G7 presidido por Italia ha planteado el problema de África y de las migraciones. Algunos presidentes africanos han participado en la cumbre. El tema de las migraciones es una de las preocupaciones occidentales desde hace tiempo. Hay que preguntarse qué está ocurriendo realmente en África. Es un continente joven: el 60% de sus 1400 millones de habitantes tienen menos de 24 años. Es un pueblo de jóvenes y niños que seguirá creciendo en los próximos años. Los jóvenes africanos son muchos y tienen hambre de futuro y de empleo, pero encuentran pocas oportunidades en sus países. Entre ellos se respira un clima de 68 ―si se me permite el paralelismo―, que no desemboca mayoritariamente en la política sino que se expresa en la extendida voluntad de salir de una situación en la que los jóvenes se sienten atrapados.

Recientemente he estado en Burundi, el país más pobre del continente, y he hablado con varios jóvenes. Casi todos sienten angustia por el futuro y por la falta de empleo. Muchos tienen la intención de emigrar no muy lejos de allí: al Congo, a Mozambique o a Zambia. La emigración es la vía de salida de una situación estancada. El «viaje» en muchos casos es un desafío que afrontan con energía juvenil, con espíritu de aventura y ganas de encontrar un futuro distinto. Se enfrentan a los grandes peligros, en la mayoría de casos a sabiendas, de un trayecto duro. Así es como un torrente de africanos va hacia los países limítrofes y representan la mayoría de los migrantes del continente, aunque los europeos a menudo estamos convencidos de que los africanos vienen todos a Europa. Una parte de la emigración va hacia nuestro continente y hacia Estados unidos a través de América (México calcula que en 2023 llegaron unos 60.000 africanos para dirigirse a Estados Unidos, mientras que en 2022 fueron 6500).

Pero hay otro fenómeno que afecta a los jóvenes. Es un fenómeno mucho menos consistente numéricamente pero significativo: la adhesión a los movimientos yihadistas, que enrolan en sus filas a descontentos y desorientados. En el norte de Mozambique se ha ido consolidando desde 2017 una insurgencia islámica que amenaza a un Estado con fuerzas armadas débiles y que puede sufrir filtraciones. El norte, pobre, ha sufrido la intervención de empresas internacionales y nacionales propietarias de concesiones mineras. Unos 950.000 mozambiqueños se han tenido que desplazar a causa de las acciones de la guerrilla islamista, que solo las tropas ruandesas y de otros países han podido frenar. Para no pocos jóvenes, adherirse al movimiento islamista, incluso antes de tomar las armas, es una manera de protestar contra una generación adulta, a la que consideran corrupta e inoperante. Es un fenómeno que se da en el Congo, en el Sahel y en otras latitudes.

Los mozambiqueños del norte hablan de «novos musulmanos». Son no musulmanes motivados por la revuelta contra el status quo, por el buen salario, tres veces superior al del ejército, y por la posibilidad de practicar saqueos. Entre los guerrilleros hay jóvenes cristianos convertidos al islam, lo que da muestra de la fragilidad de algunos sectores cristianos. Pero sobre todo pone de manifiesto que el yihadismo, a pesar de su componente islámico, se ha convertido en una especie de «guevarismo» capaz de recoger la protesta y la revuelta más allá del islam. El yihadismo se hace intérprete de la rebelión de los más jóvenes, que en muchos casos desconocen cuáles son los objetivos del movimiento, que les da recursos y una visión maniquea del mundo. La política yihadista a menudo es anticristiana de manera violenta. En Mozambique solo los ejércitos extranjeros impiden que las infiltraciones vayan más allá del norte y debiliten gravemente el Estado.

En la región congoleña del Kivu, el proceso de transformación en movimiento islamista de la rebelión étnica de origen ugandés, la ADF, ha atraído incluso a no musulmanes y a cristianos. Que el radicalismo islámico es receptáculo para muchos jóvenes desesperados y desorientados se ha visto en Burkina Faso, en Mali, en Níger y en otros lugares. En Burkina Faso, ante un ejército bastante organizado (que ocupa el poder desde 2022), los grupos armados ya controlan el 40% del territorio del país.

Los jóvenes africanos son el gran tema del continente: la crisis de la escuela pública (sobre todo en algunos países), las pocas oportunidades de trabajo y la urbanización hacen que los jóvenes vivan un espíritu de revuelta contra el status quo, que sigue caminos distintos. Este fenómeno debe hacer reflexionar a los jóvenes africanos y debe lograr que Europa sea capaz de cooperar adecuadamente para hacer frente a tales desafíos.

 

19 de junio de 2024

[Andrea Riccardi]

[Traducció nde la redacción]