Invertir en la paz. Por qué es necesaria la ayuda humanitaria en Ucrania

Artículo de Adriano Roccucci
 
En un tiempo en el que sangrientos conflictos que siembran destrucción y víctimas asolan el mundo, desde Ucrania hasta Sudán, Israel, Gaza o la región congoleña del Kivu, la ayuda humanitaria no es una opción filantrópica de almas cándidas. Es una necesidad ineludible. Una necesidad humana y social, y también política, como se ve dramáticamente en Ucrania.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX la guerra moderna y la acción humanitaria fueron de la mano. La guerra iba modelando nuevas características que se manifestaron plenamente con la Primera Guerra Mundial: mayor poder destructivo de la tecnología militar, difusión cada vez más penetrante de la violencia, aumento exponencial de víctimas, primero entre los combatientes y luego cada vez más también entre los civiles. Al mismo tiempo se afianzó una nueva sensibilidad hacia las víctimas. En 1863 dio inicio en Ginebra la acción de la Cruz Roja: su objetivo era auxiliar a los soldados heridos en la batalla. Con la Primera Guerra Mundial, y aún más con la Segunda, la actividad de ayuda se dirigió prevalentemente a la población civil.
Quienes la impulsaron, cada vez con más capacidad de organización y uso de recursos, fueron, entre otros actores, las Iglesias, asociaciones de inspiración religiosa y organizaciones filantrópicas. La Santa Sede se implicó con gran intensidad. La ayuda humanitaria ya no se limitó a hacer menos cruel la guerra, sino que quiso también preparar el futuro. Las sociedades salían de la guerra empobrecidas, rotas, dispersas. Hacía falta ayuda humanitaria incluso tras el cese de las operaciones bélicas. Aquella ayuda era un factor decisivo en la transición de la guerra a la paz.
Hoy se puede comprender el valor, en muchos casos insustituible, que tienen las iniciativas humanitarias en tiempo de guerra, si pensamos en Ucrania, donde cabe lamentar una disminución de la atención a las necesidades básicas de la población civil. El mundo se ha acostumbrado a la guerra y, por consiguiente, se ha vuelto indiferente. Sin embargo, el torbellino de la guerra engulle cada vez con mayor voracidad a la población ucraniana y aumenta la pobreza de todos: según las Naciones Unidas, 14,6 millones de ucranianos, aproximadamente el 40% de los que viven en el país, necesitan ayuda humanitaria.
La guerra es una verdadera catástrofe, una tragedia humana, política y humanitaria. El papa Francisco escribió en la Fratelli tutti: «No nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados. Volvamos a contemplar a tantos civiles masacrados como “daños colaterales”». Así podremos «reconocer el abismo del mal en el corazón de la guerra y no nos perturbará que nos traten de ingenuos por elegir la paz». En realidad, la ingenuidad de trabajar por la paz contiene una profunda sabiduría humana, además de una visión política a largo plazo. Y la ayuda humanitaria es un componente imborrable, pues demuestra que la guerra no es, in primis, gusto por acaloradas discusiones desde la distancia, sino la realidad dramática de personas inermes y en muchos casos despreciadas, aun siendo las primeras víctimas de la violencia bélica.
La ayuda humanitaria es una acción fundamental para salvar la vida de muchas personas vulnerables que están en peligro,  pero también es una lucha por proteger el humanum, que la guerra ―que deshumaniza a todos― pone en tela de juicio. Al mismo tiempo, la acción humanitaria es una valiosa inversión para preparar la reconstrucción social, humana, económica y material de los países en guerra. En esta dirección se mueve la actividad de quienes trabajan en el frente de la solidaridad humanitaria en Ucrania.
Pienso en la importante actividad que entidades como la Cruz Roja, Sant’Egidio, Cáritas u otras organizaciones están llevando a cabo en Ucrania. En este contexto se puede comprender también el valor de la misión que el papa Francisco confió al cardenal Zuppi. La búsqueda de la paz pasa por un ingente trabajo humanitario, con resultados positivos como el retorno de los menores con sus familias o el intercambio de prisioneros. Es un trabajo humanitario solicitado, apreciado y premiado por las autoridades ucranianas, y tenido en buena consideración por las rusas.
La acción humanitaria acumula un capital de confianza que avala la misión del arzobispo de Bolonia. Esta ha abierto uno de los pocos canales de comunicación existentes entre Kiev y Moscú. Por otra parte, el éxito de esta acción no se mide con meros criterios cuantitativos, ni se puede comparar con una operación de marketing, que puede reportar satisfacción pero puede ser perjudicial para la acción en sí, porque su alcance va más allá de la comprensible discreción en la comunicación.
¿Cuántos justos durante la Segunda Guerra Mundial actuaron en secreto salvando vidas? Tanto si eran pocas como si eran muchas, no eran, sin duda, todas las que estaban en peligro. Pero su acción fue una luz que iluminó aquella parte de la guerra, preparó la paz de la posguerra y se proyectó hacia el futuro hasta llegar a nosotros. La solidaridad concreta con las necesidades humanitarias de los ucranianos es invertir en la paz. En todo acto de solidaridad se esconde una acción por la paz.
 
[Adriano Roccucci]
[Traducción de la redacción]