La guerra de Ucrania. El Papa y el primado de la paz. Artículo de Andrea Riccardi en el Corriere della Sera

El Vaticano, creando espacios y oportunidades, siempre ha sido una alternativa al conflicto
 
Dos años de guerra, desde que empezó la invasión rusa de Ucrania, han puesto bajo los focos la posición en la que se sitúa la Santa Sede, que al inicio fue criticada por los ucranianos, la parte agredida. Es una posición difícil, entre otros motivos por la presencia en Ucrania de una Iglesia católica oriental con cinco millones de fieles, que sufrió una fuerte opresión durante la época soviética. Francisco ya ha expresado en varias ocasiones cuánto le preocupa el drama ucraniano y ha enviado en misión humanitaria a los cardenales Krajewski y Czerny. Los católicos ucranianos a veces han acusado al Papa de tener poca sensibilidad por su situación.
Tampoco con Moscú las relaciones han sido fáciles, a causa de la distancia que mantiene el Vaticano con el relato bélico ruso. Un encuentro por Zoom entre el patriarca Cirilo y el Papa no tuvo buen resultado. Así lo comunicó al Corriere. El contacto se mantuvo abierto, aunque ahora se prevé una respuesta ortodoxa dura a la decisión vaticana a favor de bendecir las parejas «irregulares» (mezclando así religión y política). Roma tiene una Iglesia de 350.000 fieles en Rusia que nunca ha hecho proclamas nacionalistas, como sí han hecho otras comunidades religiosas. Hay una excepción: el rabino jefe de Moscú, Goldschmidt, se fue de Rusia por su negativa a apoyar la campaña bélica rusa.
La posición de Francisco sobre el conflicto está en línea con la de los papas desde ya hace tiempo: desde Benedicto XV que, en 1917 definió la guerra como una «masacre inútil», hasta Pío XII y el papa Wojtyła. La guerra es «una derrota frente a las fuerzas del mal» (Bergoglio): la Santa Sede no razona como un tribunal internacional, sino que busca el camino de la paz. Esta posición siempre le ha valido críticas (a Wojtyła por su oposición a la guerra del Golfo), pero es una presencia original y constructiva en el panorama mundial.  Se corresponde con la naturaleza del catolicismo, una internacional con fieles en casi todos los países del mundo. Este «primado de la paz» responde a esta estructura suya, y también a motivos morales y a una experiencia secular.
En el caso ucraniano, Francisco demuestra que dicha posición no es impasibilidad ante un pueblo al que considera «martirizado». El Papa tomó la iniciativa y envió al cardenal Zuppi, líder de una gran conferencia episcopal europea, a las capitales ucraniana y rusa para establecer un contacto directo y por la preocupación que siente por el drama del conflicto. En Kiev el cardenal se reunió con el presidente Zelenski en junio de 2023. Posteriormente en Moscú habló con un asesor de política exterior del presidente ruso, Ushakov, y con Cirilo.  La que Francisco ha denominado «ofensiva de paz» se extendió a Washington, donde Zuppi se reunió con el presidente Biden, y a Pequín, donde habló con las autoridades chinas (hasta ahora los contactos sino-vaticanos se habían centrado mayoritariamente  en el estatus de la Iglesia en China).
No ha faltado la atención humanitaria. Se creó un mecanismo, que ya ha dado los primeros resultados, para identificar y devolver a su hogar a los menores ucranianos que llevaron a Rusia. Pero más allá del aspecto humanitario, en el que la Santa Sede ha incluido también el intercambio de prisioneros, la misión de Zuppi ha abierto un canal de contacto que solo tenían Turquía o los países del Golfo. Este canal ha trasladado el mensaje de que, a pesar del recrudecimiento de la guerra, no se renuncia a la esperanza  del diálogo. Por otra parte, actualmente Ucrania aprecia la actuación de la Iglesia, tal como demuestra el reconocimiento que el gobierno ha mostrado ante los cardenales Parolin y Zuppi.
El escepticismo de ciertos sectores occidentales o eclesiásticos ante el Papa o ante la misión de Zuppi son fruto de la dificultad por comprender a quien no secunda a la mayoría como un cordero o a quien  se muestra contrario. Manifiesta una incomprensión de fondo del Vaticano que, siendo como es una realidad en Europa, siempre ha representado una tercera vía o una alternativa a la guerra. Tiene valor a largo plazo porque crea espacios y oportunidades. Es un valor que durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos de
Roosevelt comprendieron plenamente.
Tal vez el escepticismo es también el fruto de una cultura a la que le cuesta imaginar un futuro distinto a la guerra. ¿Significará eso una guerra más larga? La agresión rusa, por su gravedad, erosionó la confianza en el diálogo; pero justo por eso la acción de sujetos, como el Vaticano, puede resultar relevante para que el futuro no sea abandonar trágicamente a Ucrania (la «doctrina» Trump) o una guerra más grande.
 
[Andrea Riccardi]
[Traducción de la redacción]