Hoy la paz es gravemente atacada, herida, pisoteada: y eso en Europa, es decir, en el continente que el siglo pasado vivió las tragedias de las dos guerras mundiales; y estamos en la tercera (Coliseo, 25 de octubre)
«No nos dejemos contagiar por la lógica perversa de la guerra; no caigamos en la trampa del odio hacia el enemigo. Volvamos a poner la paz en el corazón de la visión del futuro, como objetivo central de nuestro comportamiento personal, social y político, a todos los niveles. Desactivemos los conflictos con el arma del diálogo.» Al término del encuentro «El grito de la paz», impulsado en Roma por la Comunidad de Sant'Egidio con representantes de las grandes religiones del mundo y organizaciones de la sociedad civil, resonó con fuerza la invitación del papa Francisco a asumir la responsabilidad del diálogo, no a ser «neutrales, sino a estar a favor de la paz».
El papa en el Coliseo, dentro del anfiteatro, rezó por la paz con los representantes de las Iglesias y las comunidades cristianas, antes de participar en el momento final en la plaza de enfrente, acompañado por una gran participación popular —muchos jóvenes— y la atención de los medios de comunicación. Fue una oportunidad, cuya necesidad sintieron muchos, de relanzar una iniciativa de paz en un momento en que la guerra ha regresado dramáticamente a suelo europeo, además de afectar a muchos otros contextos.
Hace algún tiempo, Francisco acuñó la expresión «tercera guerra mundial a trozos», advirtiendo de los riesgos de la propagación de las armas y de un lenguaje bélico que nos empuja a la resignación y nos lleva a pensar que la paz es una mera utopía. De ahí la invitación a guardar silencio y a buscar la paz que está «en lo más profundo de las religiones, en sus escrituras y en su mensaje. En el silencio de la oración –dijo Francisco–, hemos oído el grito de la paz: la paz ahogada en muchas zonas del mundo, humillada por muchas violencias, negada incluso a los niños y a los ancianos, que no se salvan de los terribles rigores de la guerra. El grito de la paz a menudo es acallado no solo por la retórica bélica, sino también por la indiferencia. Es silenciado por el odio que crece en los combates».
Han pasado 36 años desde el 27 de octubre de 1986, cuando Juan Pablo II convocó a los líderes de las grandes religiones del mundo a Asís para celebrar una jornada de peregrinación, ayuno y oración, unos junto a otros, por primera vez en la historia. En aquella ocasión el papa Wojtyla dijo que la visión de paz de Asís produciría «energías para un nuevo lenguaje de paz, para nuevos gestos de paz», gestos que romperían «las cadenas fatales de las divisiones heredadas por la historia o creadas por las ideologías modernas». Es la historia de estos años, en los que han crecido la comprensión y la amistad entre los creyentes y se han producido muchos cambios, desde el final de la guerra fría hasta la contención de la idea del choque de civilizaciones.
Con un tono reflexivo, el Papa recordó las palabras del mensaje radiofónico de san Juan XXIII del 25 de octubre de 1962, cuando su intervención durante la crisis de los misiles en Cuba fue decisiva para abrir un canal diplomático entre los Estados Unidos y la Unión Soviética y evitar una guerra nuclear. Hace sesenta años, el papa Roncalli declaró: «Suplicamos a todos los gobernantes que no hagan oídos sordos a este grito de la humanidad. Que hagan todo lo que esté en su poder para salvar la paz. Promover, favorecer, aceptar los diálogos, a todos los niveles y en cualquier momento, es una regla de sabiduría y de prudencia que atrae la bendición del cielo y de la tierra».
Exactamente sesenta años después de aquel llamamiento tan trágicamente actual, Francisco dijo en el Coliseo: «Se está produciendo lo que se temía y que jamás habríamos querido oír: que el uso de armas atómicas, que culpablemente se han seguido fabricando y probando después de Hiroshima y Nagasaki, se ha convertido en una amenaza abierta». El llamamiento de paz que firmaron el Papa y los demás representantes de las religiones reza: «Con firme convicción decimos: ¡basta ya de guerra! Paremos todos los conflictos». Invoca «negociaciones que sean capaces de llegar a soluciones justas para una paz estable y duradera». Habla de una idea compartida de estar «ante una disyuntiva: ser la generación que deja morir el planeta y la humanidad, que acumula armas y comercia con ellas, pensando ilusoriamente que nos salvamos solos contra los demás, o ser la generación que crea nuevas maneras de convivir, que no invierte en armas, que logra abolir la guerra como herramienta para solucionar conflictos y pone fin a la anómala explotación de los recursos del planeta».
En el siglo XX, los papas a menudo asumieron el papel de mediadores entre los países enfrentados: no observadores neutrales de los conflictos, sino activos pacificadores y protectores premurosos de las víctimas. Mientras el mundo se va acostumbrando cada vez más a la guerra, a la que considera insensatamente como una compañera natural de la historia, la voz del Papa supo recoger y transmitir con autoridad el «grito de la paz» que expresaron durante tres días los representantes de las religiones congregados en Roma para celebrar este encuentro internacional. Un grito que, como advirtió Francisco, «merece ser escuchado. Merece que todos, empezando por los gobernantes, se inclinen a escuchar con seriedad y respeto».
[Marco Impagliazzo]
[Traducción de la redacción]