Un grupo de universitarios de la Comunidad de Sant’Egidio de Roma se encuentran estas semanas en Atenas, donde animan actividades para niños en el campo de refugiados de Eleonas. Publicamos a continuación un reportaje que han escrito.
Llueven cenizas en Atenas. La emergencia por calor, la emergencia por incendios y la emergencia humanitaria confluyen bajo el cielo gris del Ática. El sol de las dos de la tarde se refleja en las planchas del campo de refugiados de Eleonas; caminamos despacio entre los contenedores y las tiendas, y sentimos que se nos clavan los ojos silenciosos de los niños que se asoman curiosos. Quién sabe qué habrán pensado, pensamos tras cerrar las primeras inscripciones de la Escuela veraniega para los niños del campo de refugiados, mientras nuestra sombra se proyecta sobre las tiendas y sobre los contenedores.
Veinte jóvenes universitarios de Roma estamos aquí, en Atenas, cruzando las calles del primer centro de acogida para solicitantes de asilo de toda Grecia: Eleonas. Pero para los niños somos "aammu" (tío en árabe), "teacher" o "my friend" (muy popular). Apenas dos días y ya nos piden que volvamos a saludarles "cuando volvamos el año que viene". Ahora vas y les explicas que, dentro de un año, esperamos que ya no estén entre los que esperan una nueva vida en el campo de refugiados.
Para muchos de ellos lo temporal se ha convertido en vida de cada día. Tal es el caso de Saleh, de 12 años, orgulloso de llevar el peto de traductor-voluntario que ha improvisado en seguida. Se fue de Afganistán con 9 años y ha pasado los 3 últimos años entre Lesbos y Atenas. Ocurre lo mismo con Batuol, siria de 11 años; cuando le pides de qué ciudad viene, dice el nombre de un campo de refugiados de Líbano. 2021, 2011, el cálculo se hace rápido. De su país, solo ha visto la guerra, pero con gran lucidez te dice que nunca habría dejado su casa para terminar en otro contenedor.
Tendrían mucho de lo que lamentarse y de lo que dar razón a las pintadas de ánimos que hay por los alrededores del campo; pero cuando los volvemos a ver al día siguiente gritando en cuanto ven llegar los autocares, cuando nos regalan los zapatos (¡ellos a nosotros!) para sustituir a los zapatos gastados por caminar entre las piedras de Eleonas, o cuando vemos reír a Janaan, de 10 años que va en un cochecito de bebé a modo de silla de ruedas a causa de su distrofia muscular, entendemos que la felicidad, para los niños de Eleonas, está en estos momentos despreocupados, en aquellos Baby Shark que cantan a pleno pulmón balanceándose en un columpio. Un dibujo y un día corriendo detrás de los más pequeños del campo terminan por cambiar nuestra idea de la "eutiquia" que siempre andamos buscando; lo vemos en las expresiones de Ilaf, somalí de 16 años, que lleva 2 en el campo, y que ha decidido ayudarnos con los niños, enseñándonos que cuando das tu tiempo, se confunde quien ayuda y quien es ayudado.
Pronto volveremos a Italia, y nos llevaremos nuestras historias, pequeños cuadros de la pinacoteca de las migraciones humanas. Mientras nos alejamos de las planchas de Eleonas nos vienen a la cabeza los grandes acuerdos, las normas y las leyes; los vemos en los ojos de aquellos niños que todavía se asoman, curiosos, desde los contenedores; se rompen en las carcajadas despreocupadas de las niñas del Congo: ¿acaso pueden unas palabras escritas, aunque sea en papel timbrado, incluir todo esto? ¿Acaso pueden levantar muros? Lo pensamos mientras miramos a dos niños sirios con un llamativo pelo rojo, probablemente heredado en la noche de los tiempos. Al fin y al cabo, todos hemos sido migrantes. No lo olvidemos; no olvidemos a todos los niños que esperan.