Queridos hermanos y hermanas, todos estamos cerca de vosotros. Es poco lo que podemos hacer porque vuestra tragedia es muy grande. Pero hay espacio en nuestro corazón para vosotros. En el nombre de todos, de aquellos que os persiguen, aquellos que han hecho el mal, especialmente por la indiferencia del mundo, os pido perdón. Perdón. Muchos de vosotros me habéis hablado del gran corazón de Bangladesh que os ha acogido. Ahora hago un apelo a vuestro gran corazón para que podáis darnos el perdón que pedimos.
Queridos hermanos y hermanas, el relato judeocristiano de la creación dice que el Señor, que es Dios, creó al hombre a su imagen y semejanza. Todos nosotros somos esta imagen. También estos hermanos y hermanas. Ellos también son una imagen del Dios viviente. Una tradición de vuestras religiones dice que Dios, al principio, tomó un poco de sal y la arrojó al agua, que era el alma de todos los hombres; y cada uno de nosotros trae algo de la sal divina. Estos hermanos y hermanas llevan dentro la sal de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, mostremos a todos lo que el egoísmo del mundo hace con la imagen de Dios. Continuemos haciéndoles el bien, para ayudarlos; sigamos avanzando para que sus derechos sean reconocidos. No cerremos los corazones, no miremos para otro lado. La presencia de Dios, hoy, también se llama «rohinyá». Que cada uno dé su propia respuesta.