Hablar de paz, en estos tiempos, puede parecer algo de soñadores. Pero cuando la cultura de la paz se ha como volatilizado, “la imaginación –dijo Andrea Riccardi en la asamblea inaugural del encuentro internacional de París impulsado por Sant’Egidio– nos libra de la resignación. Crea alternativas”.
La propuesta de tregua olímpica frente a los conflictos se ha arrinconado mientras se celebraban los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, pero es de un gran realismo la constatación de Emmanuel Macron, presidente de la República Francesa, para quien la paz es impura, un camino a seguir rememorando a Camus, para dar sentido a la historia. Para muchos pueblos “es tiempo de guerra. Una guerra que podría extenderse”, mientras se habla del uso de armamento atómico en Europa o en otros lugares: “Hemos visto cómo se difundía una política tan realista, que termina por perder su fuerza”. En el contexto actual, las guerras se eternizan, no terminan, “engendran filiaciones perversas”. La conflictividad corre el peligro de transformarse en una forma de toxicodependencia. “Imaginar la paz” se medirá en escenarios que no pueden simplificarse pero que tampoco se pueden dejar a la deriva.