Para los musulmanes comienza el mes de Ramadán. Leer más
Para los musulmanes comienza el mes de Ramadán.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Sirácida 17,1-15
De la tierra creó el Señor al hombre,
y de nuevo le hizo volver a ella. Días contados le dio y tiempo fijo,
y dioles también poder sobre las cosas de la tierra. De una fuerza como la suya los revistió,
a su imagen los hizo. Sobre toda carne impuso su temor
para que dominara a fieras y volátiles. Les formó lengua, ojos,
oídos, y un corazón para pensar. De saber e inteligencia los llenó,
les enseñó el bien y el mal. Puso su ojo en sus corazones,
para mostrarles la grandeza de sus obras. Por eso su santo nombre alabarán,
contando la grandeza de sus obras. Aun les añadió el saber,
la ley de vida dioles en herencia. Alianza eterna estableció con ellos,
y sus juicios les enseñó. Los ojos de ellos vieron la grandeza de su gloria,
la gloria de su voz oyeron sus oídos. Y les dijo: «Guardaos de toda iniquidad»,
y a cada cual le dio órdenes respecto de su prójimo. Sus caminos están ante él en todo tiempo,
no se ocultan a sus ojos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Los libros sapienciales proponen varias reflexiones sobre la creación y sobre el lugar del ser humano en ella, como hacen también los primeros capítulos del Génesis. A veces vivimos la vida cotidiana sin ponernos preguntas, aceptando de forma rutinaria y pasiva cuanto nos rodea como si fuera por descontado. Solo cuando nos golpean directamente acontecimientos inesperados como la muerte, los fenómenos naturales destructivos, las catástrofes o las guerras es cuando nos paramos a reflexionar. Pero después todo pasa y se vuelve a la banalidad cotidiana. Sin embargo, el mundo es un conjunto de realidades diversas inscritas dentro de la complejidad de la creación, y del cual nosotros somos una parte pequeñísima. La encíclica del papa Francisco, Laudato si, nos ha ayudado a considerarnos parte de la creación. El Eclesiástico nos invita a centrar nuestra atención sobre la realidad de nuestro ser hombres y mujeres, criaturas, hechos a imagen de Dios, del cual recibimos la vida y la fuerza. No somos los amos de la vida, y menos de la muerte, aunque hoy la pretendida omnipotencia humana nos induzca a creerlo. Dios nos ha hecho partícipes de su propia vida. El autor sacro enumera los dones que hemos recibido: vida, fuerza, temor del hombre y de Dios, discernimiento, lengua, ojos, oídos, corazón, ciencia e inteligencia. ?Cómo responder a esta abundancia? Según el Eclesiástico, haciendo lo que el relato de la creación sitúa en el sábado, el cumplimiento de las obras de Dios, es decir la alabanza a Él: "Alabarán su santo nombre, y proclamarán la grandeza de sus obras". En la alabanza reconocemos la grandeza y el amor de Dios, a la vez que maduramos la conciencia de nuestra pequeñez y fragilidad. Esta es la conciencia con la que vivir cada día, para poder recibir la vida de Dios y permanecer en alianza con Él.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.