ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 25 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 2,1-11

Hijo, si te llegas a servir al Señor,
prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, manténte firme,
y no te aceleres en la hora de la adversidad. Adhiérete a él, no te separes,
para que seas exaltado en tus postrimerías. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo,
y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro,
y los aceptos a Dios en el honor de la humillación. Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará,
endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia,
y no os desviéis, para no caer. Los que teméis al Señor, confiaos a él,
y no os faltará la recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes,
contento eterno y misericordia. Mirad a las generaciones de antaño y ved:
?Quién se confió al Señor y quedó confundido?
?Quién perseveró en su temor y quedó abandonado?
?Quién le invocó y fue desatendido? Que el Señor es compasivo y misericordioso,
perdona los pecados y salva en la hora de la
tribulación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El libro del Eclesiástico pide al creyente la disponibilidad a acoger las pruebas de la vida, para adquirir la sabiduría: "Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba". El maestro espiritual advierte al discípulo que las pruebas y aflicciones de la vida son bien conocidas por el Señor, y que él no dejará de dar su sostén y su ayuda a quien confía en él: sabrá sacar el bien de la dificultad que debe afrontar. Las pruebas de la vida se presentan de formas diversas y no por casualidad inducen a desalentarse, o peor aún, a alejarse del Señor pensando poder salvarse solos. El Señor, sabio pedagogo, sabe cómo transformar las pruebas en beneficio del creyente; las adversidades, para el hombre que sigue al Señor, no son un castigo sino un momento de purificación. El libro de los Proverbios advierte con sabiduría que "el Señor reprende a quien ama, como un padre a su hijo amado" (Pr 3,12). En la prueba el creyente debe abandonarse al Señor y crecer en la fe en Él, sin separar su oído de la escucha de las Santas Escrituras. Por eso el Sirácida advierte: "En las humillaciones, sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación". Esto no quiere decir que sea Dios quien mande las pruebas, como a menudo se cree. El Señor, ante todo, está junto a nosotros en la prueba. Este es el sentido de las palabras del Padrenuestro: "no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal". Es la elección de Jesús, presentada en los Evangelios: está junto a los enfermos y a los que sufren, hasta el punto de sufrir él mismo, incluso hasta la cruz. La exhortación del maestro al discípulo es clara: "Confía en él, y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.