III del tiempo ordinario. Fiesta de la Palabra de Dios
Recuerdo de Timoteo y Tito, colaboradores de Pablo y obispos de Éfeso y Creta.
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III del tiempo ordinario. Fiesta de la Palabra de Dios
Recuerdo de Timoteo y Tito, colaboradores de Pablo y obispos de Éfeso y Creta.
Primera Lectura
Nehemías 8,2-4.5-6.8-10
Trajo el sacerdote Esdras la Ley ante la asamblea, integrada por hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era el día uno del mes séptimo. Leyó una parte en la plaza que está delante de la puerta del Agua, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón; y los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley. El escriba Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera levantado para esta ocasión; junto a él estaban: a su derecha, Matitías, Semá, Anaías, Urías, Jilquías y Maaseías, y a su izquierda, Pedaías, Misael, Malkías, Jasum, Jasbaddaná, Zacarías y Mesul-lam. Esdras abrió el libro a los ojos de todo el pueblo - pues estaba más alto que todo el pueblo - y al abrirlo, el pueblo entero se puso en pie. Esdras bendijo a Yahveh, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: "¡Amén! ¡Amén!"; e inclinándose se postraron ante Yahveh, rostro en tierra. Y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la lectura. Entonces (Nehemías - el Gobernador - y) Esdras, el sacerdote escriba (y los levitas que explicaban al pueblo) dijeron a todo el pueblo: "Este día está consagrado a Yahveh vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis"; pues todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley. Díjoles también: "Id y comed manjares grasos, bebed bebidas dulces y mandad su ración a quien no tiene nada preparado. Porque este día está consagrado a nuestro Señor. No estéis tristes: la alegría de Yahveh es vuestra fortaleza."
Salmo responsorial
Salmo 18 (19)
Los cielos cuentan la gloria de Dios,
la obra de sus manos anuncia el firmamento;
el d?a al d?a comunica el mensaje,
y la noche a la noche trasmite la noticia.
No es un mensaje, no hay palabras,
ni su voz se puede o?r;
mas por toda la tierra se adivinan los rasgos,
y sus giros hasta el conf?n del mundo.
En el mar levant? para el sol una tienda,
y ?l, como un esposo que sale de su t?lamo,
se recrea, cual atleta, corriendo su carrera.
A un extremo del cielo es su salida,
y su ?rbita llega al otro extremo,
sin que haya nada que a su ardor escape.
La ley de Yahveh es perfecta,
consolaci?n del alma,
el dictamen de Yahveh, veraz,
sabidur?a del sencillo.
Los preceptos de Yahveh son rectos,
gozo del coraz?n;
claro el mandamiento de Yahveh,
luz de los ojos.
El temor de Yahveh es puro,
por siempre estable;
verdad, los juicios de Yahveh,
justos todos ellos,
apetecibles m?s que el oro,
m?s que el oro m?s fino;
sus palabras m?s dulces que la miel,
m?s que el jugo de panales.
Por eso tu servidor se empapa en ellos,
gran ganancia es guardarlos.
Pero ?qui?n se da cuenta de sus yerros?
De las faltas ocultas l?mpiame.
Guarda tambi?n a tu siervo del orgullo,
no tenga dominio sobre m?.
Entonces ser? irreprochable,
de delito grave exento.
?Sean gratas las palabras de mi boca,
y el susurro de mi coraz?n,
sin tregua ante ti, Yahveh,
roca m?a, mi redentor.
Segunda Lectura
Primera Corintios 12,12-31
Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo» ?dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo» ?dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo ?dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído ?donde el olfato? Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todo fuera un solo miembro ?dónde quedaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!» Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. Y a los que nos parecen los más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad. Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ?Acaso todos son apóstoles? O ?todos profetas? ?Todos maestros? ?Todos con poder de milagros? ?Todos con carisma de curaciones? ?Hablan todos lenguas? ?Interpretan todos? ¡Aspirad a los carismas superiores! Y aun os voy a mostrar un camino más excelente.
Lectura del Evangelio
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Lucas 1,1-4; 4,14-21
Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. El iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.»
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Homil?a
En este tercer domingo del tiempo ordinario se celebra la Fiesta de la Palabra, una fiesta especialmente querida por la Comunidad de Sant'Egidio. Es una bella tradición en la Comunidad que este día, al final de la Liturgia Eucarística, se recibe la bendición mientras con los brazos alzados cada uno mantiene en sus manos la Biblia personal que usa cada día para la lectura de la Palabra de Dios. Y es bueno recordar además que la fiesta de hoy está estrechamente unida a otra que el papa Francisco ha querido instituir: La fiesta de los pobres. Dos fiestas: una abre el año litúrgico y la otra lo cierra, como para indicar los dos pilares que guían la vida de la Iglesia y la hacen preciosa para el mundo.
El Evangelio que hemos escuchado nos trae las primeras palabras de Lucas y su empeño por "haber investigado diligentemente todo desde los orígenes" acerca de lo que Jesús había dicho y hecho. Es una invitación a hacer nuestra su preocupación para que ninguna de las palabras del Evangelio se pierda. Cada vez que se abre el Evangelio es Jesús mismo quien habla, como ocurrió en la sinagoga de Nazaret. Era su primera predicación. Lucas escribe que fue Jesús quien eligió el pasaje de Isaías. Una elección bien clara, como clara fue la predicación: "Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy".
La Palabra de Dios se cumple también hoy para nosotros y para los pobres, los débiles, los pequeños, los refugiados, los ancianos, los que están solos, hacia quienes el Señor empuja a los discípulos. Para ellos -y por tanto también para los discípulos- comienza el "año de gracia" del Señor. En efecto, la Palabra de Dios empuja a los discípulos a hacerse prójimos de los pobres y decirles: "Hoy" ¡estoy a tu lado! "Hoy" ¡ya no estás abandonado! "Hoy" ¡eres parte de la familia de Dios! Hoy, no mañana, como una fácil pereza puede sugerir. Es urgente comunicar el "hoy" del Evangelio al mundo. Es con la fuerza de la Palabra como se apresura el reino de Dios que Jesús inauguró aquel día en Nazaret. Es verdad, somos pobre gente, débiles y también pecadores, pero Jesús nos empuja a hacer nuestras sus palabras de aquel día: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido". Él mismo nos envía al mundo. Y nuestra fe en él nos hace decir que todo puede cambiar porque "nada es imposible para Dios".
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.