En la basílica de Santa María de Trastevere de Roma se reza por los enfermos Leer más
En la basílica de Santa María de Trastevere de Roma se reza por los enfermos
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Hebreos 1,1-6
Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. En efecto, ?a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo? Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios.
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
La carta a los Hebreos, una predicación dirigida a los cristianos de la primera generación, marcados por una oposición especialmente dura, se abre con una mirada general sobre la historia de la salvación. Aparece de inmediato que el protagonista de esta historia es Dios mismo. Es él quien ha elegido empezar a dialogar con el hombre desde tiempos antiguos y de diversas formas, sobre todo a través de los profetas. El Dios de la Biblia no se queda en los cielos, sino que habla con los hombres. Las Sagradas Escrituras no son otra cosa que la narración de este diálogo que continúa con todos los que las abren. Por esto, la espiritualidad del creyente consiste en ponerse a la escucha de la Palabra que Dios nos dirige. El creyente es ante todo una persona que escucha. No es casualidad que el autor de la carta lamenta la pereza de los cristianos en escuchar las Escrituras, y advierte que a base de no escuchar nos volvemos "torpes de oído" (5,11). Para Israel ha sido central la escucha de Dios. Y si ha habido momentos difíciles y pesados en la historia del pueblo elegido, han surgido cuando el pueblo se volvió sordo a las palabras de Dios. Este es el misterio revelado que estamos invitados a acoger: en estos últimos tiempos, Dios ha elegido hablarnos directamente, sin intermediarios, a través de su mismo Hijo. La Palabra que estaba en el origen de la creación se ha hecho carne. Y nosotros, a través de ella -es Jesús mismo- podemos entrar en diálogo directo con el Padre que está en los cielos. Esta relación directa con Dios nos salva de la soledad y de la muerte. Escucharle, obedecerle, hablarle y actuar según su voluntad, es el misterio de nuestra salvación y la del mundo.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.