III de Adviento
Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente en 1983. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños
Leer más
III de Adviento
Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente en 1983. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños
Primera Lectura
Sofonías 3,14-17
¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión,
lanza clamores, Israel,
alégrate y exulta de todo corazón,
hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti,
ha alejado a tu enemigo.
¡Yahveh, Rey de Israel, está en medio de ti,
no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén:
¡No tengas miedo, Sión,
no desmayen tus manos! Yahveh tu Dios está en medio de ti,
¡un poderoso salvador!
El exulta de gozo por ti,
te renueva por su amor;
danza por ti con gritos de júbilo,
Salmo responsorial
Isa?as 12, 2-6
He aqu? a Dios mi Salvador:
estoy seguro y sin miedo,
pues Yahveh es mi fuerza y mi canci?n, ?l es mi salvaci?n,
Sacar?is agua con gozo
de los hontanares de salvaci?n.
y dir?is aquel d?a: Dad gracias a Yahveh,
aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus haza?as,
pregonad que es sublime su nombre.
Cantad a Yahveh, porque ha hecho algo sublime,
que es digno de saberse en toda la tierra.
Dad gritos de gozo y de j?bilo,
moradores de Si?n,
que grande es en medio de ti el Santo de Israel.
Segunda Lectura
Filipenses 4,4-7
Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Lectura del Evangelio
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Lucas 3,10-18
La gente le preguntaba: «Pues ?qué debemos hacer?» Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.» Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ?qué debemos hacer?» El les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado.» Preguntáronle también unos soldados: «Y nosotros ?qué debemos hacer?» El les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada.» Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.» Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Homil?a
El Evangelio nos lleva a orillas del Jordán, donde el Bautista predica la "Buena Nueva". Y, junto a la multitud que se agolpa junto al profeta, también nosotros le preguntamos: "?Qué debemos hacer?". Es la pregunta de este Adviento. Reconozcamos nuestros límites, nuestras cerrazones. Muchas veces estamos saciados de nosotros mismos, de nuestras costumbres, de nuestro orgullo, y pensamos que ya hemos hecho lo que podíamos hacer. Y, por tanto, que no podemos ir más allá. En realidad, con esta actitud resignada cerramos la puerta de nuestro corazón.
La respuesta del Bautista está hecha de palabras simples y concretas: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo". Es una respuesta clara, que hace que nos preguntemos cómo dar de comer a quien no tiene y cómo vestir a quien carece de ropa. Por lo demás, ?cómo podemos permanecer tranquilos cuando tanta gente en el mundo ni se viste ni come? Es una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo, en el que crecen la pobreza y las desigualdades. Los creyentes están llamados a dilatar aún más el corazón a la caridad, a hacer aún más espacio a los pobres y a los débiles para que "ninguno de los pequeños se pierda".
A los publicanos que se le acercaban y preguntaban qué hacer, Juan les contestaba: "No exijáis más de lo que os está fijado", es decir, no sigáis la voracidad de los instintos y no os dejéis subyugar por la búsqueda de vuestras necesidades, por muy verdaderas o falsas que sean. En efecto, es fácil que el día a día de la vida nos haga olvidar las palabras evangélicas y, junto a las palabras, también los comportamientos. Juan nos pide que seamos serios, honestos y leales. Y exhorta a los soldados a renunciar a la violencia, a no hacer mal a los demás. Y con simplicidad añade: "No hagáis extorsión... contentaos". De ese modo reclama un comportamiento dulce y humano hacia los demás, independientemente de quiénes sean y de cuál sea su oficio. Es oportuno reclamar ese comportamiento en una sociedad como la nuestra, donde es fácil tratar mal a los demás. Y luego pide contentarse, que no es una invitación a resignarse sino un recordatorio del límite, de la sabiduría de no correr detrás de los deseos de uno mismo y de las propias satisfacciones, consumiéndolas una tras otra.
La predicación de Juan invita a mirar este horizonte global. Juan sabía que no era el Mesías y lo decía claramente: "Está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego". Pero también era consciente de su responsabilidad de ser una "voz" que grita. Y honró esta responsabilidad hasta el martirio. Como el Bautista, seamos también nosotros conscientes de lo poco que somos, pero al mismo tiempo seámoslo también de la responsabilidad de anunciar a todos la "Buena Nueva" del reino de Dios.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.