ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 25 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,1-6

Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.» Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los doce no son enviados para enseñar una nueva doctrina, sino para instaurar un nuevo reino, para hacer realidad la liberación de los hombres de la esclavitud del pecado y de la muerte. Jesús les da poder sobre "todos" los demonios. Sí, hay que poner fin a todas las esclavitudes. El anuncio del Evangelio del reino empieza con los hechos, es decir, con claros actos de liberación, con signos evidentes de un tiempo nuevo, un tiempo de misericordia, de amor, de justicia y de paz. La fe cristiana no es una ideología que se contrapone a otra, no es un pensamiento para determinadas personas, a saber, para algunos héroes de ascesis. La fe es transformadora: cambia el corazón de quien decide contestar al llamamiento de Jesús. Y de unos corazones nuevos nace una historia nueva. La fe cristiana no nos encierra en un individualismo avaro. Al contrario, ayuda a transformar la historia para acercar aquel reino de amor que Jesús vino a inaugurar. Los doce -indica Lucas- "partieron, pues, y recorrieron los pueblos". Todo creyente está llamado a seguir a Jesús para comunicar el mismo Evangelio. Esa misión requiere que nos despojemos de nosotros mismos y de nuestro protagonismo. En esta página se percibe la urgencia que lleva a los discípulos de casa en casa, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad para que nadie se quede sin el Evangelio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.